Ninguna otra estrategia terapéutica, incluso las farmacológicas y nutricionales, consiguen tantos efectos saludables, en número y en duración, sobre el organismo, como el ejercicio físico para la población, afirma un documento de consenso de la Sociedad Española de Medicina del Deporte.

Ejercicio físico: un fármaco amigo para las enfermedades crónicas
Detalle de la portada del libro "Tu cuerpo, manual de instrucciones" escrito por Juan A. Corbalán. EFE-Foto cedida por Editorial Espasa
  • 14 de agosto, 2018
  • MADRID/EFE/PILAR GONZÁLEZ MORENO

¿Pero qué ocurre con el ejercicio si se trata de personas con alguna enfermedad grave o crónica como una afección cardiovascular o esclerosis múltiple?

Pues a decir de los expertos, el entrenamiento físico también se está revelando cada vez más como un potente fármaco, aunque el estado de los pacientes pudiera parecer, a priori, totalmente incompatible con cualquier ejercicio que requiera un mínimo esfuerzo.

Una vez aceptada esta tesis, el quid de la cuestión reside en acertar con las dosis adecuadas, principalmente en tiempo e intensidad.

Así lo han explicado los profesores José Manuel Sarabia y David Barbado, del Centro de Investigación del Deporte de la Universidad Miguel Hernández de Elche,  en el curso de Verano de El Escorial "Deporte y salud, deporte e igualdad",  de la Universidad Complutense de Madrid.

En relación a las patologías cardiovasculares hay mayores evidencias científicas sobre la bondad de los ejercicios físicos para la rehabilitación de estos pacientes.

Ejercicio físico tras un infarto

Organizaciones internacionales como la Sociedad Americana de Rehabilitación Cardiovascular y Pulmonar fija en tres fases los ejercicios físicos que deben hacer aquellos que han sufrido un infarto o un episodio grave cardiovascular.

  • La fase I, que coincidiría con la estancia del paciente en el hospital, habitualmente de 6 a 14 días, los ejercicios físicos recomendados se realizan con movimientos amplios de los miembros, ejercicios en la cama, sentarse y levantarse de forma intermitente y caminatas.
  • En la fase II y durante el período de convalecencia, es decir tras el alta hospitalaria pero todavía baja laboral (entre 8/12 semanas), la actividad física se prescribe después de determinar el perfil de riesgo y los resultados del test ergométrico.
  • En la fase III se llevaría a cabo un programa supervisado de desarrollo y mantenimiento, de 4 a 6 meses de duración, combinando ejercicios de fuerza con ejercicios aérobicos.

La primera fase, apunta Sarabia, es primordial que comience cuanto antes, “aunque en el pasado se recomendaba que el paciente permaneciera en cama casi sin moverse hasta estabilizarse, ahora se prescribe todo lo contrario”.

“Y en las primeras 24 horas ya pasean por el pasillo con el gotero, aunque les haya dado un infarto el día antes y les hayan puesto un muelle”.

“Esto es muy importante porque si los dejas cinco días tumbados en la cama lo que hacen es empeorar esa condición física que seguramente era bastante mala al llegar”.

tercera edad ejercicio
EFE/Mario Guzmán

En la segunda fase se busca que el paciente vaya al hospital a realizar ejercicio físico bajo supervisión y la tercera fase, apunta, debe ser para toda la vida, porque “en el momento en el que deje de hacer ejercicio todo lo ganado en las fase anterior se pierde”.

“Empezarán de nuevo los problemas de colesterol y se volverá a la misma situación de riesgo”.

Pero la cuestión de fondo reside en saber cuál es la cantidad de ejercicio físico que debe hacer cada paciente para estimular esas mejoras. Cuál debe ser el volumen, la intensidad y la frecuencia.

En cuanto al tipo de ejercicios, las investigaciones destacan que lo mejor es una combinación de ejercicios aeróbicos con ejercicios de fuerza.

¿Moderado o intenso?

“Hay guías que recomiendan 30 minutos de ejercicio moderado durante 5 días a la semana, o tres días con ejercicios de intensidad vigorosa”.

“La intensidad es un problema serio, porque es lo que más miedo da, meter mucha intensidad con paciente infartado, y el riesgo de primeras parece ser mayor, pero estudios recientes dan más importancia a ejercicios más intensos, porque ayudan mas a a mejorar la funcionalidad del paciente”.

Parece que la alta intensidad aeróbica estimula ciertos parámetros que lo que provocan es un aumento de las mitocondrias en el músculo.

Las mitocondrias son los orgánulos responsables de generar la energía de las células y también están involucradas en el control de su ciclo y su crecimiento y envejecimiento.

“También se encuentran mejoras en la recaptación del calcio que esta muy relacionado con la fatiga, esa sensación de fatiga mejora cuando uno realiza ejercicio, y parece que la intensidad elevada del ejercicio produce mayores beneficios, a nivel, por ejemplo , de presión arterial”.

“En el ejercicio –concluye- si se controlan las variables y se prescribe una dosis adecuada en cuanto a cantidad, intensidad y frecuencia puede resultar más beneficioso de lo que ya sabemos que es”.

¿Y en caso de esclerosis múltiple?

Para David Barbado es tal la evidencia de que la actividad física es muy importante que ya se empieza a pensar en ella como un fármaco que necesita además ser administrado en las dosis adecuadas para obtener mejores respuestas.

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Un afectado por esclerosis múltiple, enfermedad autoinmune, realiza sus ejercicios de rehabilitación en el centro de la Fundación Aragonesa de Esclerosis Múltiple. EFE/Javier Cebollada

En relación a la esclerosis múltiple, enfermedad neurodegenerativa conocida como la dolencia de las mil caras, el entrenamiento físico “es una gran herramienta para mitigar esta patología” a pesar que inicialmente estaba contraindicada.

Esta contraindicación, según Barbado, llevaba a hacer estrategias de economía de energía y esto conducía al sedentarismo “y probablemente era un agravante del estado de salud”.

“Empieza a haber cierta evidencia de que la actividad física no sólo es perjudicial sino beneficiosa, con métodos de entrenamiento específicos para cada paciente”, ejercicios aeróbicos de fuerza y de potencia.

Grandes beneficios

De acuerdo con la Sociedad Española de Medicina del Deporte, en términos globales y para la población en general el ejercicio físico tiene los siguientes beneficios:

Aparato Cardiovascular: Mejora de la capacidad cardiaca como bomba. Aumento de la perfusión cardiaca. Efecto bradicardizante. Aumento del aporte de oxígeno al miocardio. Disminución de las demandas de oxígeno. Disminución de la concentración de catecolaminas. Efecto beneficioso sobre la tensión arterial. Prevención de la cardiopatía en edad adulta.

Metabolismo: Disminución del colesterol LDL. Aumento del colesterol HDL. Disminución ponderal. Redistribución del tejido adiposo. Mejor tolerancia a la glucosa. Disminución de la producción insulina. Aumento de la sensibilidad tisular a la insulina. Mejoría de los mecanismos de transformación de energía en el músculo.

RespiratorioFortalecimiento de los músculos respiratorios. Mejora de la capacidad respiratoria. Aumento de la perfusión pulmonar. Efecto expectorante.

Aparato locomotor: Aumento de la masa y densidad ósea. Aumento de la estabilidad articular. Actuación positiva sobre el desarrollo motor en niños y adolescentes. Estimulación del crecimiento (niños).  Aumento de la fuerza muscular. Aumento de la flexibilidad articular. Disminución del riesgo de osteoporosis. Posibilidad de compensación de la osteoartritis con un buen sistema muscular. Disminución del riesgo de caídas.

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EFE/Pablo Aguilar

Sistema inmunologico: Mayor resistencia a las infecciones. Prevención de ciertas neoplasias (colon, colorrectal, mama en mujer post-menopáusica, endometrio, esófago y riñón).

Varios: Aumento del flujo cerebral. Aumento de la resistencia aeróbica. Aumento del umbral del dolor y tolerancia al mismo. Sensación de placer. Disminución del consumo de tabaco. Reducción del riesgo de muerte prematura en general.

Beneficios a nivel psicológico: Menor susceptibilidad al estrés. Menor tendencia a la neurosis. Autoestima y mejor conocimiento de uno mismo. Inicio a la motivación deportiva. Mejora de la autoconfianza en uno mismo. Reducción de las respuestas cardiovasculares al estrés.

Asimismo hay un mayor ajuste psicológico. Mejores resultados en test de función cognitiva. Menores síntomas de ansiedad y de depresión. Menor riesgo de padecer depresión. Retraso e incluso mejoría de algunas enfermedades neuropsiquiátricas como la demencia.

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