En el Día Mundial para la Prevención del Suicidio, el decano del Colegio Oficial de la Psicología de Madrid, José Antonio Luengo Latorre, expone en EFEsalud las razones y los motivos por los que hay que hablar del suicidio. El objetivo es salvar vidas

Hablar del suicidio salva vidas
EFE/ Javier Etxezarreta

Hablar del suicidio salva vidas

por José Antonio Luengo Latorre

Cerca de 900.000 personas fallecen en el mundo por esta causa. En España, ya es la primera causa externa de mortalidad, unas diez personas al día. Cada suicidio afecta, íntima y profundamente, al menos a seis personas de su entorno.

En España, en torno a 3.600 personas mueren cada año, según el INE como consecuencia de la conducta suicida. 3.671 exactamente en 2019 (frente a 3.539 en 2018), 2.619 hombres y 900 mujeres.

Sabemos a ciencia cierta que esta cifra oficial está “infradata” (se dan muchos más suicidios que los registrados oficialmente como tales); se estima que los casos reales de conducta suicida pueden suponer el doble de la cifra señalada. 326 de estas personas fallecidas son jóvenes menores de 29 años.

Hablar del suicidio puede salvar muchas vidas. Y hacer que muchas personas puedan encontrar espacios que alivien su sufrimiento, su desesperanza y la desconexión con elementos sustantivos de la propia vida que representan andamiajes imprescindibles para estar y ser en grados razonables de bienestar.

Porque hablar del suicidio supone (debe suponer) capturar y mostrar de manera adecuada, respetuosa, precisa, responsable y con evidencia científica la historia del sufrimiento humano, del dolor psicológico y emocional que lastra y colapsa el tránsito por la vida de no pocas personas, adheridas en ocasiones a un proceso de descomposición emocional que atrae de manera dramática la idea y posibilidad de la muerte, su toma en consideración como opción y posibilidad y, desgraciadamente, en determinadas situaciones, la concreción de un proceso de planificación más o menos explícito de una terrible vía de salida.

José Antonio Luengo
José Antonio Luengo, Decano del Colegio de la Psicología de Madrid/Foto facilitada por esta entidad

Somos conscientes. Como sociedad, vivimos instalados en una suerte de cultura, tradición, rutina e inercia que tiende a ocultar la experiencia de la muerte en casi todas sus manifestaciones.

Y la conducta suicida es, con pocas dudas, una estrella en este escenario. Hablar del suicidio ha estado asociado, desde la noche de los tiempos y con evidentes raíces al término designado por el sociólogo David Phillips en 1974 para definir el posible efecto imitativo de la conducta suicida.

La denominación brota de la novela “Las penas del joven Werther“, del escritor alemán Wolfgang von Goethe, en la que el protagonista de la historia termina suicidándose por amor.

Fue tal la notoriedad del texto que poco después de su publicación, en 1774, cerca de 50 jóvenes tomaron la decisión de “quitarse la vida” con un método muy similar al utilizado por el protagonista.

El libro llegó a estar prohibido en algunos países y toda la historia en su conjunto contribuyó a crear y consolidar una idea al respecto a la inconveniencia marcada de explicitar, exponer y “destapar” esta conducta.

La consigna, el “santo y seña”, pues, no hablar, no exponer, no explicar, no decir. No “dar ideas”. Y el resultado, desgraciadamente, la deriva, la desorientación, la ocultación, el arrinconamiento. Aquello de lo que no se habla no existe. Desgraciadamente.

La OMS recomienda abordar el suicidio

La Organización Mundial de la Salud viene haciendo recomendaciones, precisas, expresas y muy detalladas del profundo error que supone no abordar de modo decidido este fenómeno terrible.

Y la respuesta no puede ser otra, entre muy diversas medidas en paralelo, que el desarrollo de poderosas políticas de prevención de lo que representa un grave problema de salud pública.

Existe evidencia, buenas prácticas, modelos y experiencias que avalan y amparan la necesidad de hablar del fenómeno, de difundir los mecanismos que se conoce y se han probado como potentes herramientas de prevención.

El presente, nuestro presente, no puede seguir soportando esta terrible tragedia. La necesidad de contar con planes de prevención del suicidio representa un reto imprescindible en nuestra sociedad.

Las personas que soportan el dramático dolor y desesperanza en la antesala de la ideación y del comportamiento suicida merecen nuestra mirada más sensible y comprometida.

No hay otro plan, no hay otro camino. Y, claro, inmerso en él, el despliegue de adecuadas y razonables prácticas de comunicación en los medios.

De especial interés son las recomendaciones elaboradas en 2018 por el Gobierno de España para el tratamiento del suicidio por los medios de comunicación.

Porque hablar del suicidio, hemos de insistir, salva vidas. Pero hablar del suicidio supone un obligado ejercicio de reflexión de cómo, sobre qué y también cuándo. Porque hablar del suicidio no es convocar lo escabroso, el morbo y el retorcimiento. Ni asociar la conducta suicida con la enfermedad mental sin más. Como una forma de “soldadura” sine qua non.

El suicidio tiene que ver con la enfermedad mental, sí, pero no solo. Y hablar del suicidio supone también ahondar en la necesidad de desarrollar programas de prevención de los desajustes emocionales y psicológicos y de los trastornos del estado de ánimo en los centros educativos. Con los más jóvenes.

Y en el contexto de lo que es una comunidad educativa. Con todos sus agentes trabajando en una dirección. El bienestar. Hablar del suicidio representa profundizar en las vías de solución que existen. Con rigor científico. Con evidencia. Con respeto. Con insondable sensibilidad.