El dolor, cuanto más lejos… mejor
Todos los sistemas sanitarios prestan la máxima atención al dolor de los pacientes y todos los médicos y el personal de enfermería aplican los procedimientos más avanzados para calmar el dolor. Pero en un hospital “sin dolor” estos tratamientos se administran de forma más ágil y conforme a su causa, sin perder tiempo en el circuito asistencial.
Esta diferencia entre centros hospitalarios se logra con la organización y la clave está en las unidades del dolor, que se gestionan a través de comisiones clínicas multidisciplinares.
EFEsalud ha comprobado la eficacia de este punto neurálgico de la Sanidad en el Hospital Universitario de La Paz de Madrid. Allí ha visto la solución al molesto y sempiterno dolor lumbar en los adultos; ha presenciado una cura de verrugas con un antiviral inyectado en las manos de un niño y también ha constatado cómo se recupera sin tormento otro niño de tres años después de una cirugía plástica mayor.
¡Maldita espalda!
La unidad del dolor de adultos está coordinada por el doctor José María Muñoz. Asume todo tipo de pacientes médicos o quirúrgicos con dolor agudo o crónico.
El doctor Muñoz nos acompaña hasta el hospital de Día. Varios pacientes esperan su turno para una intervención ambulatoria o reciben tratamiento analgésico contra el dolor de espalda, acompañados de sus familiares.
La enfermera les administra una combinación de anestesia local con sedación consciente para aliviar el dolor según el caso. El doctor Muñoz estima que la respuesta médica al dolor debe ser “inmediata“.
Es el caso de Eladio Mateos. Sufre de la espalda y está acostado en la cama hospitalaria. Cuando describe su dolor parece que habla del plano del Metro de Madrid: “me duele la L1, la L2, la L3, la L4, la L5, la S1 y la T2“.
Eladio mira al techo y no mueve un solo músculo. “Me han metido la máquina y no sé lo que ha sido, pero ahora el dolor me ha bajado casi a la mitad. Estoy mejor”.
Su dolor es crónico y las punzadas que siente en la espalda son constantes. Pero Eladio es nuevo en la Unidad del Dolor y todavía no se fía: “a partir de ahora veremos si me duele o no me duele la espalda”.
En cambio, María de los Ángeles Jiménez, disfruta de una café con leche y galletas mientras espera en un sillón clínico. Nadie diría que carece de disco intervertebral en la T12, que tiene un par de hernias discales y que soporta una cifosis o curvatura defectuosa en la columna vertebral.
Lleva ochos años de tratamiento. El dolor fue “inaguantable” hasta que entró en el programa de esta unidad de La Paz. Toma calmantes, la infiltran analgésicos y una máquina le da “latigazos en la espalda para calmar el dolor”.
“Antes no podía ponerme los calcetines y tampoco me podía girar en la cama para acomodarme en la almohada. Ahora el dolor ha desaparecido completamente”
Por eso, el doctor Muñoz sitúa el foco en el análisis de las causas del dolor y su tratamiento, antes, durante y después de su aparición. Y pone de ejemplo una intervención quirúrgica:
“Cuando el paciente sale del quirófano y pasa a la unidad de recuperación recibe un tratamiento en función de la cirugía a la que ha sido sometido, de la anestesia que ha sido necesaria y de la intensidad del dolor postoperatorio”
Dispositivos de autoadministración de analgésicos endovenosos (bomba de ACP), dispositivos de infusión continua de analgésicos, monitorización (presión arterial y oximetría de pulso), y recuperación post anestésica que permita observar al paciente durante las primeras horas de medicación, electrodos para estimular estructuras nerviosas, fármacos, rehabilitación muscoesquelética… cualquier técnica es válida si se consigue el objetivo: eliminar o aliviar el dolor.
Aguja “de caballo” y 300 grapas
La diferencia entre el dolor en adultos y en la infancia, sobre todo en las edades más tempranas, está en que el niño no es independiente para tomar decisiones y son los padres o los tutores los que las toman por ellos en función de la información que proporciona el equipo médico.
El 40% de los niños hospitalizados siente dolor a diario. Así se puso de manifiesto en un estudio presentado por las Fundaciones de Antena 3 y Grünenthal. Y sin embargo, solo la mitad de los niños son informados sobre la posibilidad de sentir dolor durante su estancia en el hospital.
De este estudio también se desprende que los niños pueden llegar a percibir que no siempre reciben una medicación inmediata y eficaz, lo que les aumenta la sensación de dolor.
“El dolor es como una alergia, opina el doctor Francisco Reinoso, coordinador de la unidad del dolor infantil. Cuanto más dolor tiene un niño más le duelen las cosas con posterioridad… cuando se termina el procedimiento de cura sin sufrimiento, un niño no asociará hospital y dolor”.
Omar, pinchazo tras pinchazo
Las inyecciones despiertan un gran temor en los niños. Las agujas originan reacciones instintivas de nerviosismo, de ansiedad y de angustia que se hacen patentes con sudor de manos, dolor de tripa o “inaguantables” lágrimas.
Omar entra con su madre en la sala de procedimientos. Es una habitación acogedora, pintada de azul claro y decorada con pegatinas y dibujos, incluso en las ventanas. La madre aúpa a Omar y lo sienta en la camilla. Le acaricia… pero Omar sabe que aquella sala no es una habitación de juegos.
El doctor Reinoso se muestra cariñoso y le consuela. Omar llora e intenta aferrarse a su madre, pero la mamá lo tiende con delicadeza sobre la camilla acolchada y le da la mano. Un ayudante del doctor coloca con suavidad una mascarilla de oxígeno sobre la boca y la nariz de Omar, que se queda dormido por inhalación de anestesia general ligera, y la madre, entonces, abandona la sala de procedimientos.
Omar tiene al menos diez verrugas en las manos y en los antebrazos que le aparecieron tras recibir un tratamiento inmunosupresor que le administraron después de un trasplante de riñón.
Un médico y una enfermera le van a inyectar un medicamento antiviral otras tantas veces para evitar que las verrugas sigan creciendo y así eliminarlas por completo. El procedimiento sería “tremendamente doloroso o imposible” sin anestesia.
“En la mayoría de los hospitales -explica el doctor Reinoso- este tipo de procedimientos se tiene que hacer con sujeción; posponiendo la terapia hasta que el paciente sea mayor; o usando un quirófano con anestesia general reglada como si fuera una intervención quirúrgica, con la connotaciones psicológicas que acompañan a este tipo de actos médicos“.
Mil piratas mordiendo la pierna de Fernando
El capitán Fernando ‘Kiko’ saca su espada y grita a la tripulación: ¡A mí, mis valientes… todos a cubierta… nos atacan los piratas! Su buque, conocido en todos los océanos del mundo como “La Paz”, ha sido abordado por una goleta que enarbola la calavera de los bucaneros y la primera andanada ha impactado sobre el puente de mando… Fernando, de tres años y medio, se imagina la batalla y se lo cuenta a su abuelo, que se sienta a su lado como un viejo lobo de mar.
Las enfermeras le acaban de curar las heridas. Lleva 300 grapas en su pierna. Fernando, que guarda bajo las sábanas una bolsa de maíz tostado, masca kikos para matar el tiempo. Hace ya unas semanas fue alcanzado “por fuego pirata” y después de la operación le alivian “el terrible” dolor con opiáceos sistémicos potentes, administrados a través de una bomba de perfusión controlada por los familiares, una tecnología de adultos que se ha adaptado para niños.
“Apretamos el botón del dosificador -nos dice Javier, su padre- y en muy poco tiempo le deja de doler”
El padre de Fernando está satisfecho con este tratamiento, según nos cuenta, porque ha evitado que su hijo padeciera “momentos muy duros, ya que los dolores en la pierna, al haber sufrido un trasplante de piel, son un suplicio”.
Por supuesto, en la habitación del capitán Fernando ‘Kiko’ siempre hay un familiar y no faltan otros recursos que utilizan los más pequeños para su entretenimiento, como la televisión, los juguetes, los muñecos o los vídeos.
Pero su navío, “La Paz”, de tres palos y velas cuadradas, excepto la mesana, seguirá surcando los mares y luchando contra todos los “barbarrojas y barbanegras”, aunque sean corsarios o filibusteros, porque el dolor, como la piratería, cuanto más lejos, mejor.