La apología de los trastornos alimentarios en las redes sociales, páginas web, grupos de WhatsApp, etc, que no está considerada como un delito; los vigentes cánones de belleza; o las dietas sanas mal entendidas son los muros contra los que los profesionales que tratan los trastornos de la conducta alimentaria chocan a diario pese a que los actuales tratamientos terapéuticos que se aplican son los adecuados

Como recuerda en una entrevista con Efe el psiquiatra Ignacio Jáuregui Lobera, director del Instituto de Ciencias de la Conducta y experto en Trastornos de Conducta Alimentaria, los expertos llevan “bregando” con estas patologías desde los años 80 del siglo pasado, pero “desgraciadamente” siguen sin poder curar al cien por cien de los pacientes.
El motivo, señala, es que la labor de un terapeuta, psicólogo, psiquiatra o nutricionista, ya sea en una consulta ambulatoria, en una unidad de día o en una cama de un hospital, está limitada “porque no podemos luchar, cambiar y modificar aspectos sociales que están en la calle y muchas veces van en contra de nuestro trabajo”.
La red está protegida bajo el paraguas de la libertad de expresión y disemina conductas de riesgo para los trastornos alimentarios
Lo explica con motivo de la conferencia que Jáuregui ha impartido a finales de junio en Zaragoza junto con el jefe de Delitos Tecnológicos de la Policía Nacional en Aragón, José María Otín, y Carlos Peralta, fundador y patrono de la Fundación APE de Prevención y erradicación de los trastornos de conducta alimentaria – TCA, organizadora junto a DKV de la conferencia en el marco del programa “Quiérete Mucho” impulsado por ambas instituciones.
Una charla en la que se puso de manifiesto la dificultad para “meterle mano” a la red, en la que, “protegida bajo el paraguas de la libertad de expresión”, se diseminan conductas de riesgo que pese a su cuestionamiento moral o inconveniencia no están consideradas conductas delictivas “y no se puede hacer gran cosa” contra ellas.
Jáuregui considera que se trata de un problema “muy gordo” y por eso subraya la importancia de la educación desde la infancia, porque la forma de comer, el uso de una tableta o de un ordenador “compete a la familia, no a los psiquiatras”.

No obstante, advierte: el aprendizaje es “por modelado” y es “un motivo de riesgo” porque “el niño aprende de lo que ve en sus padres”.
En este sentido alude a la obsesión de “muchas familias” por la dieta, por comer sano y la práctica deportiva “a veces mal entendida”. “Papá se pesa por la mañana y por la noche, mamá cena yogur, luego están todo el día machacándose en el gimnasio“, entonces el niño “piensa que debe ser muy bueno porque lo hacen papá y mamá”.
Los cánones de belleza suponen un riesgo mayor en chicas que en chicos: 90 de cada 100 pacientes son mujeres
Por ello, considera que hay que cambiar el mensaje que desde la sociedad se está transmitiendo, ya no solo por parte de las familias sino desde la política, los docentes, los pediatras o el profesorado de Educación Física hasta los medios de comunicación, y teniendo en cuenta que “una cosa es lo que yo transmito y otra lo que entiende el receptor”.
Uno de los motivos por los que hay precisamente más mujeres que hombres afectadas por trastornos de la conducta alimentaria, noventa de cada cien pacientes, es que a los cambios de la pubertad, “un elemento de riesgo en chicas y de protección en chicos”, se suma la presión por género que imponen los cánones de belleza “tremendamente pesada e intensa” en este colectivo.
Mientras que con la pubertad los chicos crecen, se estiran y musculan, a las chicas se les redondean las formas, les crece el pecho y la grasa se acumula “donde no les gusta”, y ello les genera insatisfacción con el cuerpo, con la forma de determinadas partes y con el peso, y desemboca en depresión, ansiedad o irritabilidad. Son los componentes psicológicos que influyen para sufrir este tipo de trastornos.

Porque, según Ignacio Jáuregui, para caer en estos trastornos, además de un componente biológico, hace falta un factor psicológico, por ejemplo una personalidad muy perfeccionista o exigente, como es el caso de las personas anoréxicas, o impulsiva en el caso de quienes padecen bulimia, pero también otros factores, por ejemplo la dieta sana “mal entendida”.
Estas patologías acarrean además otro tipo de enfermedades como desnutrición, problemas cardiovasculares, digestivos, daños en el esófago y el esmalte dental, cambios de carácter a nivel cerebral, obesidad y sobrepeso por los atracones, además de retraimiento social, aislamiento o irritabilidad y en algunos, sobre todo en los adolescentes, el suicidio no por el deseo de morir sino por “no vivir de esa forma”, lamenta Jáuregui.
Así, este profesional recomienda a las familias que en caso de sospecha busquen la ayuda de un profesional y que insistan si el sexto sentido les dice que “algo hay”; que busquen a los amigos “de verdad” para que el enfermo sienta su apoyo; y que animen a contarlo en casa y a la sociedad.
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