Echar la mirada hacia atrás contribuye a relativizar la gravedad de los males que nos afligen, en este caso el confinamiento al que nos vemos sometidos. Sin duda alguna,no es nada comparable al que sufrieron los habitantes de Leningrado –la ciudad de los zares- durante los novecientos días que duró el asedio por parte de lawehrmacht. Así comienza un nuevo artículo para EFEsalud del doctor Pedro Gargantilla, jefe de Medicina Interna del hospital de El Escorial (Madrid) y profesor de Historia de la Medicina

Confinamiento y creatividad
La Plaza de Callao y la Gran Vía desierta en Semana Santa 2020 por el confinamiento por coronavirus. EFE/Rodrigo Jiménez

La reclusión actual forzada ha puesto de manifiesto muchas cosas, entre ellas nuestra vulnerabilidad como especie, pero al mismo tiempo ese patógeno nos ha regalado momentos de meditación y de autoconocimiento.

Es precisamente ese tiempo el que disfrutó un jovencísimo Isaac Newton durante los casi dos años que estuvo confinado en la campiña inglesa, cuando una epidemia de peste sacudió las islas británicas. Fue entonces cuando se produjo el famoso episodio de la manzana y cuando su espíritu inquisitivo le llevó a abrir una de las ventanas de la ciencia moderna.

Es tiempo, también, para dejar por escrito nuestros anhelos y nuestras inquietudes y, por qué no, esta reclusión, estas horas de soledad, pueden ser el germen de algunas de las mejores páginas de la literatura de los próximos años.

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El doctor y profesor Pedro Gargantilla/Foto cedida por él

En 1603 una epidemia de peste obligó a cerrar los teatros londinenses y uno de los bardos que por allí trabajaban disfrutó de aquel ocio inesperado para escribir dos de sus piezas más memorables: “Macbeth” y “El rey Lear”.

Años después una adolescente inglesa, durante un periodo sombrío de confinamiento a orillas del lago Lemán (Suiza) -propiciado por la erupción del volcán Tambora- la llevó a poner en negro sobre blanco una de las obras cumbres de la literatura universal: “Frankenstein”.

La filosofía necesita sus tiempos de abstracción, en ese mundo, ya lejano e irreal, previo a la pandemia era muy difícil encontrar momentos de serenidad que nos permitieran reflexionar y hacernos las tres preguntas que mueven el mundo: ¿Quiénes somos? ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos?

Durante la primera guerra mundial Ludwig Wittgenstein, una de las mentes mejor amuebladas del siglo veinte, estuvo recluido en un campo de prisioneros de Montecasino (Italia). Allí escribió uno de los textos más importantes de la filosofía del siglo pasado: “Tractatuslogico-philosophicus”.

Y es que los senderos de nuestro cerebro son insondables, en ocasiones la tristeza y el desánimo son la espita que pone en funcionamiento la tormenta bioquímica de la creatividad.

Fue precisamente esta senda la que encontró Nicolás Maquiavelo cuando en 1512 fue detenido, torturado y expulsado de Florencia, viéndose obligado a confinarse en San Casciano, un pueblo de la toscana. La aflicción que sumió a su espíritu renacentista fue el vector que le llevó a escribir su obra maestra –“El Príncipe”-.

Algo similar le ocurrió en 1969 a Paul McCartney, cuando el cuarteto de Liverpool se desintegró, y no tuvo más remedio que alejarse del mundanal ruido y recluirse en una granja escocesa.

Fue una época terrible, dominada por la soledad, el alcohol y el aburrimiento, pero al mismo tiempo fue aquella lejanía de los fans la que le impulsó a reinventarse y a decirse a componer su propia música. El resultado fue su primer álbum como solista, para algunos críticos la obra que mejor ha sabido articular sus sentimientos.

En ocasiones, a la reclusión se une el dolor, bien el espiritual o el físico, y puede ser canalizado en aras de la creatividad. El pintor Edward Munch sufrió en sus propias carnes, hace más o menos un siglo, los síntomas de la mal llamada “gripe española”, que a punto estuvo de acabar con su vida. Aprovechó su forzoso encierro para legarnos una obra maravillosa: “Autorretrato con la gripe española”.

La creatividad es una pieza indisoluble del ADN de nuestra especie, nos ha acompañado durante toda nuestra Historia y no vamos a dejar que un patógeno de menos de un cuarto de micra nos la arrebate. ¿O sí?