¿Qué papel jugó el sector del consumo en los primeros meses de la covid? ¿Cómo fue su resiliencia? La psicóloga Raquel Tomé ha hablado con tres profesionales que vendieron alimentos y otros productos al público en aquellos duros meses de la primavera de 2020. Así continua su serie de artículos "Resiliencia: cuerpo a cuerpo con el virus"

Covid, resiliencia en los proveedores del consumo: inteligencia de enjambre

Covid y resiliencia. Todos hemos transitado por un desafío planetario inimaginable, una pandemia mundial que nos empujó de la noche a la mañana a activar lo mejor de nosotros mismos y sacar a la luz nuestra “resiliencia”, es decir, el conjunto de habilidades para mantenernos fuertes en condiciones de cambio y de gran estrés.

Después de estos dos extenuantes y largos años, seguimos estando sometidos a los coletazos de un virus que se niega a desaparecer. Sin embargo, la situación actual del Covid19 cobra un cariz menos dramático y amenazante gracias a la existencia de mayores recursos sanitarios.

Inauguramos un tiempo nuevo, preñado de reflexiones y valiosos aprendizajes, siempre útiles, de cara a nuestro futuro como seres humanos y como especie.

La psicóloga Raquel Tomé/Foto cedida

El psicólogo David Pollay subraya por qué es tan importante que tomemos conciencia cabal de lo vivido y dice: “Cada vez que pensamos en los logros más relevantes que hemos conseguido en la vida y tomamos nota de las fortalezas que pusimos en práctica inauguramos un patrón vital para futuras ocasiones”.

Los profesionales que garantizaron la alimentación y los productos básicos

Para extraer ese valioso tesoro de conocimiento, ponemos el foco de atención en el conjunto de profesiones esenciales y en concreto, en aquellos trabajadores esforzados tanto de la cadena alimentaria como del consumo que con su hercúleo esfuerzo y dedicación se entregaron a la tarea de proveer a los demás de alimentos y otros productos.

Trabajaron en condiciones duras y arriesgaron su seguridad personal y familiar mientras los demás permanecíamos arropados en la seguridad del hogar.

Todos recordamos el dramático comienzo de la pandemia, como la población espoleada por el pánico y dispuesta a encerrarse en sus casas a cal y canto frente a un enemigo nuevo, desconcertante e invisible, realizaron compras masivas que provocó la escasez generalizada de ciertos productos. Mientras, el gobierno y las autoridades hacían un llamamiento a la calma y garantizaban el suministro de productos básicos.

Entonces sólo podíamos salir a la calle para comprar ciertas cosas o acudir al hospital. Hemos hablado con tres de sus protagonistas: Juan Carlos San Cayo, carnicero, Cristina Ripoll, frutera y José Luis Prieto, quiosquero, quienes nos desvelaron los recursos y habilidades que pusieron en marcha para mantenerse positivos y funcionales en ese escenario espectral.

Inteligencia de enjambre

Emplearon todos ellos una cierta "inteligencia de enjambre", aquella que estudia como ciertos sistemas en la naturaleza se coordinan y toman decisiones donde las interacciones y la comunicación entre ellos ayuda a resolver colectivamente desafíos difíciles.

Pese a disponer cada sector de un programa específico, todos compartían información con el resto para poder adaptarse lo más rápidamente y responder a escala. Todos operaron al unísono.

Covid y resiliencia desde una carnicería

Juan Carlos San Cayo, carnicero/Foto de Raquel Tomé

Juan Carlos San Cayo trabaja desde los 14 años regentando el negocio familiar de carnicerías “San Cayo” ubicado en el madrileño barrio de Ciudad Lineal, uno de los de mayor densidad de población de la capital.

Desgrana sus vivencias teñidas de una mezcolanza de jirones de angustia al rememorar los difíciles momentos pasados y la sensación de extrañeza ante lo vivido cuando, por aquel entonces, conducía en solitario por la arteria de la Castellana en un Madrid espectral y desierto donde los semáforos cambiaban solos carentes de tráfico que ordenar, pero también le embarga la íntima satisfacción de haber superado una situación difícil, repleto de aprendizajes y gratitud.

Relata:

Ya dos días antes de que el gobierno decretara el estado de alarma y ante el cariz preocupante de los acontecimientos comenzamos a trabajar con mascarilla. Se oía en el sector las normativas que se iban a implementar. Acondicionamos la tienda y fijamos la distancia de 1,5 metros de seguridad. Proveernos de guantes fue muy difícil. El precio de la caja pasó de 6 a 32 euros por la carestía.

Al principio, fue todo muy difícil porque no contábamos con la logística para tanta demanda y estábamos desbordados. Supuso un desafío enorme a nivel organizativo. Teníamos una logística para 40 y la demanda creció a 80. Vimos que había mucha compra compulsiva y teníamos el temor de quedarnos sin producto, pero en Madrid nunca hubo desabastecimiento. Las televisiones iban a las clásicas estanterías vacías y era mentira porque al día siguiente se reponían. Lo único que pasó es que se vendió el remanente de los almacenes, pero los mataderos, siempre han funcionado con el mismo límite de capacidad. Trabajaron con normalidad y nunca se rompió la cadena de suministro. Los trasportistas hicieron un esfuerzo tremendo.

En mi caso, mi hija me ayudó a reorganizarnos, adaptarnos y a asumir que teníamos que enfocarlo de otra manera. Así que establecimos un listado y nos esforzamos en dar servicio a todas las personas incluso en distintos puntos de Madrid. A veces, incluso lo hacíamos casi gratis porque el importe del porte era mayor de lo que se ganaba. Otras, los mayores nos llamaban y nos pedían si podíamos subirles 3 ó 4 litros de leche o lo que fuera. El concepto era que había que ser solidario.

En el trato con los clientes tuvieron también que adaptarse. Hacían cola en la calle y era algo llamativo, no estaban acostumbrados. Todos estábamos tensos. Así que veías distintas reacciones. La gente tenía que aprender a esperar al día siguiente. No todo era inmediato. Pero con el tiempo fueron tranquilizándose porque vieron que no faltaba el producto. Simplemente todos tuvimos que adaptarnos.”

Covid y resiliencia desde una frutería

Cristina Ripoll, frutera/Foto de Raquel Tomé

Cristina Ripoll es frutera del Mercado de Ventas de Madrid, y nos cuenta una experiencia muy similar a la de Juan Carlos:

"Para nosotros, la gran preocupación y miedo era no contagiarnos, así que teníamos en casa una habitación para quitarnos toda la ropa cuando llegábamos del trabajo, porque no sabías como te iba a ir si cogías el virus, y veías casos de todo".

Pelearon por actuar con responsabilidad y no dejar a nadie sin atención en esas circunstancias difíciles.

"También hicimos un esfuerzo tremendo, pusimos a un chico con una moto para los pedidos, que lo hacía voluntario; nosotros le pagábamos la gasolina y distribuía la fruta entre los vecinos y ellos le daban una propina. Todos trabajamos a destajo".

Covid y resiliencia desde un quiosco de prensa

Por último “Chechu” Prieto, quiosquero, quien desde la atalaya privilegiada de su quiosco de barrio situado en el camino próximo al Centro de Salud Daroca de Madrid cuenta como fue testigo privilegiado del desastre:

Muchos de mis clientes de toda la vida pasaban tosiendo hacia el ambulatorio y no regresaban jamás”.

El impacto de tanta pérdida masiva y la aún viva conmoción de este drama colectivo le puso frente al espejo de la conciencia radical sobre la fragilidad de la vida:

"Chechu" Prieto, quiosquero/Foto de Raquel Tomé

Yo también he cambiado. Ya no hago tantos planes a largo plazo. Ya me pienso la vida de otra manera porque también me puede pasar a mí, lo de morirme de la noche a la mañana. Y, ya no echo la vista tan hacia adelante, disfruto cada momento porque mañana, ¿quién sabe lo que puede ocurrir?”.

Pero también viví cómo muchos vecinos estaban muy agradecidos y me llevaban cervezas o comida para el aperitivo. Y, me lo dejaban ahí, detrás del quiosco- señala-Había mucha tensión, mucho miedo y sólo se veían por la calle: ambulancias, policía y coches blancos (funeraria). La verdad es que me daban mucho las gracias por levantar la persiana, porque para ellos ese ratito que bajaban a por tabaco o por el periódico pues salían a la calle y charlábamos. Eso era mucho porque por aquí hay mucha gente sola”.

Mi mujer también me ayudó mucho, al principio cosía mascarillas con los empapadores del perro que después dábamos aquí y aún tengo por ahí las máscaras de plástico.”

La resiliencia de quienes garantizaron nuestra comida

Si resumiéramos de alguna manera las habilidades resilientes que estas personas pusieron en marcha, hablaríamos de:

  1. Una aceptación obstinada de la realidad por muy difícil que ésta fuera a la que había que dar soluciones adaptativas.
  1. La capacidad de otorgar un sentido a su contribución a la hora de enfrentar la adversidad que a su vez se sustentaba en sólidos valores como:

Solidaridad

Generosidad

Ayuda a los demás, el compromiso

Conciencia de una interdependencia social mutua donde brilló el calor de las redes de proximidad y apoyo vecinales. El distante anonimato de la gran ciudad se quebró y muchos vecinos se conocieron y hablaron por primera vez, se preocuparon entre ellos, se miraron a los ojos e intentaron ayudarse, confortarse creando piezas musicales, etc. Tomamos conciencia de la importancia de la cercanía de un comercio de proximidad cálido y cercano que favorecía la cooperación en las relaciones humanas. Todos fueron hilos de brillantes colores que tejieron un tapiz de esperanza y construyeron una red de apoyo fuerte y resistente. Cada uno contribuyó desde su rol en la tarea común de sobreponerse a circunstancias negativas y adversas y luchar por la supervivencia. Actuamos con “inteligencia de enjambre”.

  1. Y, por último, la creatividad y la imaginación, esas habilidades increíbles que todos llevamos dentro y usamos para improvisar soluciones y probar nuevos recursos frente a los bandazos y desafíos del destino.

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