Los niños son víctimas de secuestros y sirven de moneda de cambio para los turbios asuntos de los adultos. A pesar de ser una experiencia traumática, tienen la oportunidad de superarla si el entorno familiar les ayuda a recuperar la seguridad

La esperanza de superación de un niño secuestrado
EFE/S.Sabanoon
  • 9 de octubre, 2012
  • MADRID/EFE/ANA SOTERAS

Dos días ha estado secuestrado recientemente en Barcelona un niño de 11 años. Un compañero de prisión de su padre fue el cerebro de la trama que perseguía un rescate millonario. Cuando los Mossos d’Esquadra lo liberaron se encontraron a un pequeño atado de pies y manos y desorientado por los tranquilizantes.

Ya está libre, pero ahora pueden aparecer dos nuevos compañeros en su día a día: el miedo y la ansiedad.

La psicóloga Mónica Pereira, especializada en situaciones de emergencias como accidentes o catástrofes, explica que cuando una persona es secuestrada recibe “un ataque contra su sensación de seguridad y, partir de ese momento, empieza a desconfiar de situaciones que antes parecían seguras”.

La terapeuta comenta que, en el caso de un niño, cuando vuelve a la vida normal lo primero que sufre es “la ansiedad de la separación”, no quiere distanciarse de las figuras que considera de referencia, como son los padres.

También siente “miedo a salir a la calle” y a otros actos cotidianos que antes no generaban riesgo y que ahora se tambalean después de haber sido secuestrado cuando estaba en un momento de normalidad de su vida (jugando en un parque, en casa…)

“Y si el secuestro se produce cuando el niño está acompañado por una figura de seguridad habitual (padres o profesores), suele generar una mayor problemática porque no percibe cerca a nadie que le pueda proteger” una vez liberado, apunta Mónica Pereira.

El “miedo a los desconocidos” es otra secuela, sobre todo si es alguien de edad y aspecto similar a sus carceleros, mientras que los problemas de sueño aparecerán con pesadillas recurrentes como la del miedo a que los padres no estén cuando él se despierte.

Vuelta a la normalidad

La psicóloga asegura que los niños, gracias a que están en proceso de crecimiento y desarrollo de su personalidad tienen más oportunidades de recuperarse a posteriori”, mientras que a un adulto le resulta “más difícil volver a confiar en el espacio de seguridad, les cuesta mucho más”.

La especialista afirma que lo más importante para un menor “es volver a generarle sensación de seguridad, romper con esa idea de que las cosas no son seguras. Y para ello necesita adultos muy serenos, con mucha paciencia para manejar poco a poco esos miedos”.

Insiste en que el niño requiere personas “que le ayuden a darse cuenta de que lo que ocurrió no es lo normal, sino lo excepcional”. “Los padres, añade, tienen que ser receptivos, entender los miedos y las peticiones del niño (si quiere dormir con ellos, por ejemplo), pero lo que tienen que manejar es la percepción de seguridad” y plantear que todo es temporal y que con el tiempo va a poder hacer su vida normal.

También los padres están afectados

Es fundamental que los padres del menor estén tranquilos y equilibrados para ayudar a su hijo, pero ellos también han sufrido la impresión del secuestro.

Lo habitual es que aparezca el “sentimiento de culpa” y se planteen por qué no tomaron las medidas de seguridad adecuadas o por qué dejaron solo al niño. Eso puede llevar a una “sobreprotección” del menor a partir de ese momento.

Si el niño fue secuestrado cuando iba a acompañado por alguno de sus padres, el sentimiento de culpa que puede generar en el progenitor “puede influir en la relación y generar un conflicto”.

Otro caso diferente es si el secuestrador es alguno de los padres y de cómo lo maneje ya que, en muchos casos, el niño no es consciente de que está secuestrado, sino que lo vive como algo temporal, explica la psicóloga.

Mónica Pereira considera que, en general, una víctima de un secuestro requiere para su recuperación psicológica “un apoyo profesional, no una terapia a largo plazo”, aunque dependerá de cada caso.

Las víctimas necesitan que alguien les normalice lo que están pasando y que les ayude a entender que las secuelas son una consecuencia normal.

“No me parece bien que se les obligue a seguir una terapia por el hecho de haber vivido esto. Tampoco hay que patologizarlo todo. Que alguien explique que lo siente es normal con lo que ha vivido, que no se está volviendo loco”, explica Pereira.

La psicóloga insiste en que los niños pueden superar un secuestro “si les ayudamos a vivirlo como una experiencia de su pasado y evitamos que se queden enganchados al dolor y al miedo. La idea es integrar este suceso en su historia vital, que lo recuerde como algo que se lo hizo pasa mal, pero que no lo pase mal cada vez que lo recuerde”.