El médico sursudanés Evan Atar Adaha es el alma del único hospital en Maban, un condado remoto del noreste de Sudán del Sur donde viven 144.000 refugiados y hay 53.000 residentes locales, una población desposeída a la que dedica toda su energía, una misión por la que acaba de recibir el Premio Nansen

Un médico sursudanés que cuida por la vida y salud de 144.000 refugiados
El doctor Evan Atar con una paciente y su hijo en el hospital de Maban/Fotografía facilitada por el Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos
  • 8 de octubre, 2018
  • GINEBRA/EFE/ISABEL SACO

“Este no es un premio para una persona, sino para un equipo. Yo no soy un atleta que corre solo, sino que formo parte de un equipo”, asevera en una entrevista con Efe en Ginebra este médico, a donde llegó para recibir el galardón humanitario de manos del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados.

Momentos antes, la actriz australiana Cate Blanchett había subido al podio para enaltecer el trabajo del doctor Atar, quien vive en una tienda de campaña al lado de su hospital y debe ingeniárselas para salvar vidas con los escasos recursos con los que cuenta.

Explica que en su hospital trabajan 53 personas, de los cuales sólo cuatro son médicos para una población de casi 200.000 personas. Les asisten 3 matronas, 32 enfermeras y personal que trabaja en las unidades neonatal y de tuberculosis.

Los pacientes son en su gran mayoría los refugiados que viven en cuatro campamentos circundantes y que huyeron de los estados del Nilo Azul y Kordofan del Sur, en la vecina Sudán, tras la reanudación del conflicto armado en 2011, que algunos observadores llaman la tercera guerra civil sudanesa.

En aquel momento el doctor Atar vivía al otro lado de la frontera, en el poblado de Kurmuk (Sudán), donde de la nada consiguió levantar un hospital, pero cuando las bombas empezaron a caer demasiado cerca decidió con sus colegas cruzar a Sudán del Sur, no sin antes cargar en tres automóviles y un tractor todos los equipos y medicamentos.

En Maban replicó la proeza y levantó otro hospital para seguir salvando vidas, una elección por la que ha sacrificado la suya y en parte también la de su familia.

“Cuando llegué allí no había nada, la gente no podía ir a ningún lugar para ser atendida en medio de la guerra, había enfermos que sólo estaban deseando morir. Esto me convenció de que debía quedarme con ellos, sino hubiese sentido culpa el resto de mi vida”.

“Creo que no hay ser humano capaz de cerrar los ojos ante tal sufrimiento si sabe que puede hacer algo, por pequeño que sea, ayudar, dar esperanza y algo de felicidad”, reflexiona.

El Premio Nansen, financiado por los gobiernos de Suiza y Noruega, está dotado con 150.000 dólares que servirán íntegramente para aumentar la capacidad de atención de su hospital.

“Tenemos muchos desafíos y los recursos del premio serán totalmente usados para comprar equipos y camas, para la formación del personal y para ampliar el edificio”, asegura.

El doctor Atar explica que lo más urgente es adquirir un equipo de anestesia, generadores de oxigeno y una máquina de rayos X, mientras que en la maternidad se adicionarán camas a las 30 existentes porque la demanda es tal que frecuentemente dos mujeres deben dormir con sus bebés en una sola.

solidaridad
El doctor Evan Atar (izq.) recibe el Premio Nansen/Foto facilitada por el Alto Comisionado de la ONU para los Derechos Humanos

Sin embargo, ni siquiera eso parece ser un problema para el médico, quien encuentra que las verdaderas dificultades surgen cuando una mujer da a luz mellizos o trillizos.

Son los casos más complejos y complicados que no pueden ser tratados en los centros de atención primaria que funcionan en los campamentos de refugiados los que llegan al hospital de Maban, incluyendo niños con malnutrición grave y en peligro de muerte.

El doctor Atar practica una media de 58 operaciones por semana, lo que explica que en general duerma muy poco. De esto tampoco se queja, pues considera que es cuestión de acostumbrarse.

La única licencia que se concede es la de visitar a su esposa y a sus cuatro hijos que viven en Nairobi (Kenia) unas tres veces al año.

“Al principio mi familia no entendía cuando les explicaba las razones por las que estaba en Kurmuk y ahora en Maban. Para que comprendieran, hice ir a mi esposa a Kurmuk, tres veces. Cuando vio las dificultades me dijo que lo que hacía era lo correcto, aunque fuese a costa de sacrificar parte de nuestra vida juntos”.

Su esposa lo acompañó orgullosa en Ginebra en la ceremonia de entrega de un premio que igualmente va para ella porque también forma parte, aunque a la distancia, del equipo del doctor Atar.