Tras el diagnóstico de un cáncer de mama, sufrir una primera mastectomía, la extirpación preventiva de los dos ovarios y las trompas, más una segunda mastectomía… Beatriz, una mujer audaz, cierra la contraportada de esta novela de terror neoplásico con la reconstrucción de su pezón y el tatuaje de su areola, el reflejo carnal de su yo interior
El dolor invisible de una areola y un pezón
¡ATENCIÓN!, el reportaje fotográfico y audiovisual puede herir su sensibilidad.
“Estoy feliz, muy contenta… por fin me he quitado el cáncer de encima. Dejo atrás una etapa de mi vida y digo adiós a interminables meses de enfermedad, de operaciones, de tratamientos, de no reconocer mi cuerpo. Ya puedo abrir las tapas de mi nuevo libro y saborear cada letra, cada palabra, cada párrafo y cada uno de sus capítulos con absoluta normalidad”.
Así de serena y satisfecha se sentía nuestra protagonista después de verse completa ante sus ojos y en sus pensamientos.
La última vez que efesalud había entrevistado a Beatriz, mientras se recuperaba del suplicio de la segunda mastectomía, brindamos con una copa de buen vino tinto. Allí, en el salón de su casa, rodeada de objetos llenos de rutina y rebosantes de recuerdos, nos confesó un secreto íntimo:
“Cuando me miro desnuda en el espejo veo a otra mujer. Necesito ver mi pecho con areola y pezón para pasar página y dejar en el baúl del olvido este cáncer mutilante y feroz”.
A cualquier edad, y Beatriz tiene 39, la asimetría de las mamas no solo puede determinar la propia estabilidad emocional o las relaciones de pareja, sino que trastorna hábitos tan cotidianos como ducharse en los vestuarios del gimnasio, mostrar la figura en la piscina o disfrutar de en la playa de las caricias bronceadoras de un sol bondadoso.
Un pezón de cirujana plástica
Hacía unos meses que le habían reconstruido el pezón. Fue antes de verano. Marta García, cirujana plástica del Hospital Universitario La Paz de Madrid, hizo un trabajo exquisito en el seno mastectomizado y además se coordinó con una tatuadora paramédica con el objetivo de igualar ambos pechos.

“A Beatriz solo le hemos reconstruido el pezón izquierdo porque tiene tatuada la areola de su otro pecho, una técnica muy positiva…
He hablado con Sara, que es una gran profesional, y hemos decidido no hacer la cicatriz externa que remarca el borde de la areola para obtener un mejor resultado en el tatuaje”.
En otros casos, la areola se genera a la vez que el pezón. Es una técnica quirúrgica algo diferente porque los cirujanos plásticos “calculan las medidas de tal manera que un óvalo se queda con la forma de un círculo de un tamaño similar o prácticamente igual a la areola contralateral”, nos contó Marta.
La reconstrucción de la areola y el pezón se efectúan varios meses después de la mastectomía, y durante la operación se deben igualar la posición, el tamaño, la forma, la textura, el color y la proyección del complejo natural areola-pezón.
El tejido para la reconstrucción se obtiene del propio cuerpo de la mujer: del seno sin mutilar, del otro pezón, de las orejas, de los párpados, de la ingle, de la parte superior del muslo interior o de los glúteos.
En el caso de Beatriz se utilizó el tejido de su propia mama. Se extrajo del mismo punto de donde se iba a crear el pezón, una operación delicada de recomposición que ofrece una réplica casi exacta de ese espacio tan íntimo de la mujer.






En poco más de una hora de quirófano, el nuevo pezón de Beatriz sobresalía del pecho como antes de la mastectomía. “Cuando se despierte y se mire en el espejo verá que tiene las mamas completas; a falta de la areola”, dijo la doctora dando los últimos puntos a la cicatriz.
La areola tendría que esperar unos meses para aparecer en la escena, hasta que toda la zona recién operada sanara bien; aunque en el caso de Bea, en palabras de la cirujana plástica, “con areola o sin areola ya está estupenda, porque es guapísima”.
Entonces, nos viene a la memoria que Beatriz nos comentó que su autoestima estaba muy afectada, que si no volviera a ver su pecho como antes de la enfermedad, el cáncer siempre estaría presente en su día a día. Y le preguntamos a la cirujana, otra mujer… ¿Es tan importante?

“La recuperación física y psicológica de la enfermedad no está acabada a pesar de que las mujeres se puedan vestir o hayan recuperado su contorno corporal. La areola y el pezón es el culmen de la reconstrucción mamaria. Me siento muy feliz, muy feliz, cuando llevamos este tipo de felicidad a sus vidas… en mi corazón siento que el trabajo de cirujana plástica sirve de verdad para algo”.
Una areola de tatuaje paramédico
Y terminaron las vacaciones, pero Beatriz no guardó la maletas en el trastero. Su pezón se había agarrado con fuerza a la mama y necesitaba ya la compañía inseparable de su areola. Cogió a su marido, a su hija y a su madre, y se fue a Bilbao, una ciudad de vanguardia donde trabaja Sara Ortuzar, especialista en tatuajes paramédicos.
La vida de Sara cambió el día en el que entró en su consulta una mujer que le pidió que simulara una areola en su pecho, ya que la había perdido por la vereda del cáncer. Le tuvo que decir que no, pero esa vez fue la última.
Aprendió que hay pieles pasadas por la quimioterapia o por la radioterapia, o que regresaban a casa con las heridas de la mastectomía. Aprendió a tratar con las cicatrices, con las pieles finas, con las pieles tensas o con prótesis internas. Aprendió, en definitiva, a que los ojos propios y extraños no vieran “el truco de la realidad posible“.

El tatuaje paramédico, a diferencia del tatuaje artístico, tiene una finalidad rehabilitadora. Es tan natural que “nadie, ni siquiera el paciente, nota su artificialidad“. Y para conseguir esa sensación, el tatuaje se apoya en la pigmentación, la colorimetría y en el hiperrealismo.
“Cuando tú haces un dibujo, el volumen es un efecto óptico; es un juego de luces y sombras que se marcan con los diferentes pigmentos. La areola tiene que aparentar las mismas texturas que su compañero natural, el pezón, que también precisa proyección: está reconstruido, pero necesita más color para mostrar mejor su forma de bolita, redondeada hacia el exterior. Todo es jugar, jugar y jugar de manera artística con los pigmentos”, explica.
Para Sara, “las personas deben reparar la simetría de su cuerpo para calmar su mente. La armonía coloca todo en su sitio. No es algo muchísimo mejor, simplemente recuperan lo que era suyo antes de la cirugía”.





Y mientras la areola y el pezón toman su apariencia definitiva, la tatuadora del alma nos habla de las mujeres que han padecido la dolorosa mastectomía: “Cada una de ellas es un ejemplo. Yo les aporto mi técnica, pero ellas me dan su experiencia humana para dar sentido a mi profesión. Recibo mucho más de lo que ofrezco; de hecho, me lo han dado todo. El 80% de mi trabajo está orientado al tatuaje paramédico. Me encanta y, además, tengo la suerte de tratar con mujeres”.

Beatriz, que atornilla su impaciencia a la camilla, no mueve ni una sola pestaña; pero el brillo de sus ojos ilumina la consulta con una amalgama de colores azulados.
Sara la incorpora y la sienta en la camilla para observar el pecho en vertical. Volvemos a ver el tatuaje de la libélula, cuando no colibrí, revoloteando en la espalda de Bea. Las alas al viento sin que nada ni nadie se interponga en su camino… vuela, vuela, pajarillo.
Ya está –dice Sara– y Beatriz se levanta y corre al espejo y se detiene para mirarse y sonríe y no le salen las palabras y se muerde los labios.

–¿Cómo te ves?
–¡Jo!, maravillosa, fantástica, increíble.
–¿Vuelves a ser tú misma?
–Es mi areola… es mi pezón… son mis pechos… soy yo.
Sara Ortuzar revisa una vez más los tatuajes, los arrulla con las gasas de algodón, y, como si recordara al maestro Michelangelo Buonarroti, concluye su obra: “Siempre han estado ahí, solo estaban esperando el momento para volver a florecer”.
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