Ser recluso y tener una enfermedad mental no solo supone un doble estigma para quien lo padece, sino que además las condiciones de encierro que conlleva estar en prisión agravan o desencadenan las patologías y aumentan la vulnerabilidad de quienes las sufren

Reclusos y enfermedad mental, doble estigma
FOTO EFE/Julian Stratenschulte
  • 29 de abril, 2019
  • MADRID/EFE/PILAR GONZÁLEZ MORENO

Esquizofrenia, patología dual, brotes psicóticos, trastorno bipolar o trastorno límite de la personalidad son los principales cuadros de patología mental que padece la población reclusa de las cárceles españolas,  en un número nada desdeñable.

Según Javier Vilalta, director de la asociación Àmbit – dedicada a la intervención con personas privadas de libertad-, uno de cada cuatro reclusos padece una enfermedad mental.

Es decir, el 25,6 por ciento de las personas reclusas tiene una patología mental.

Y la cifra se eleva a casi la mitad de la población (49,6 %) si se tienen en cuenta el abuso o dependencia de drogas.

En entrevista a EFEsalud, Vilalta ha defendido que las personas con enfermedad mental no deberían estar en prisión porque para empezar supone una vulneración de los derechos humanos.

“Muchas de las personas encarceladas en realidad serían inimputables, es decir, que su enfermedad mental les exime de la pena por el delito, pero la falta de recursos de salud mental en la sanidad pública tiene como consecuencia que terminen en prisión”.

En su opinión, el problema comienza cuando en los años 80 se cierran todos los centros psiquiátricos, y no se sustituye la atención.

Enfermedad mental y drogas

“Y el colectivo vulnerable con algún tipo de patología acude precisamente al alcohol y a las drogas para paliar los efectos de su problema de salud mental y termina cometiendo pequeños delitos que le llevan a la cárcel”.

Suele suceder también que muchos de los que entran en prisión ni siquiera están diagnosticados y las condiciones de encierro ponen entonces de manifiesto su enfermedad.

“El mero hecho de estar en un medio cerrado agrava o provoca situaciones límite”.

Además y según Vilalta, la atención sanitaria en los centros penitenciarios deja mucho que desear y pone como ejemplo la cárcel valenciana de Picassent, la mayor de España, donde afirma hoy solo cinco médicos, cuando tendría que haber veintidós.

“Se produce maltrato institucional, porque cuando un recluso con patología mental tiene una crisis de agresividad se le mete en un régimen penitenciario sancionador, en vez de en uno sanitario”.

Mujeres

En cuanto a la población reclusa femenina, señala que la situación es todavía peor porque al ser minoritaria -el 7 por cinto del total de la población reclusa- los recursos destinado son menores, y porque sus problemas de salud mental tardan mucho más en aflorar que en los hombres.

“A ello hay que sumar que el 85 % ha sufrido abusos sexuales y maltrato antes de entrar en la cárcel”.

“Una gran mayoría entra en prisión tras la celebración de juicios rápidos, donde no se valora si hay o no un problema de salud mental, si no probablemente no entrarían en prisión porque no puede ser imputable”.

Uno de los programas de su asociación está centrado en las viviendas tuteladas con las que se persigue agilizar la adaptación y reincorporación social de las personas ex reclusas con enfermedad mental.

En estas viviendas se asegura un seguimiento del tratamiento psiquiátrico, “se aumenta la adherencia a programas terapéuticos, mantenimiento del auto-cuidado y se previenen conductas de riesgo para ellos mismos o para las personas que les rodean”.

enfermedad mental
Infografía de la Agencia EFE

Situación crítica

Recientemente la Coordinadora Estatal de VIH y sida (CESIDA) organizó la jornada “Presente y futuro de la sanidad penitenciaria”, a la que asistieron  representantes  de la administración, entidades sociales y profesionales sanitarios.

En estas jornadas, informa CESIDA en su página de internet,  José Antonio Martín, coordinador del grupo de trabajo de Salud Mental de la Sociedad Española de Sanidad Penitenciaria, explicó que para dar respuesta a la situación de privación de libertad de personas con enfermedad mental se creó el Programa Puente.

No obstante  denunció la falta de dotación presupuestaria para implementarlo.

La coordinadora  también da cuenta de lo que dijo Carmen Hoyos, portavoz de Sanidad Penitenciaria de la Organización Médica Colegial (OMC).

Hoyos puso el énfasis en la situación crítica que vive actualmente la sanidad penitenciaria.

Especialmente por la falta de profesionales y de relevo dada la precariedad y la desigualdad salarial existente entre los médicos de atención primaria y los de sanidad penitenciaria.

“Un médico o farmacéutico cobra unos 1.450 euros menos mensuales, los enfermeros de prisiones cobran 300 menos”.

El perfil

En su estudio “Prevalencia de trastornos mentales en Prisión: Análisis de la relación con delitos y reincidencia”, Carmen Zabala Baños refiere también que en las prisiones españolas y en el conjunto de los países europeos un alto porcentaje de internos sufren enfermedades mentales.

Patologías que  no han adquirido en la cárcel en su mayoría y están asociadas con problemas de drogodependencia.

La literatura, señala esta investigadora, “pone de manifiesto, a nivel mundial, una prevalencia más elevada de personas con trastorno mental en los centros penitenciarios que en la población general“.

En cuanto al perfil presentan “un bajo nivel educativo, con antecedentes de fracaso escolar, sin cualificación profesional y la mayoría no han tenido nunca un empleo estable”, añade citando a Arroyo-Cobo (2011).

Muchos de ellos han padecido en su infancia abusos, malos tratos y abandonos, con historias de vida difíciles y de trauma en ambientes desfavorecidos o marginales.

Refieren las fuentes que presentan además deterioro en sus capacidades funcionales para el desempeño de sus actividades diarias, así como en el desempeño adecuado de sus roles que se traduce en un nivel de dependencia en su autonomía personal y social.

Presentan otras vulnerabilidades, como mala salud física, dificultades en las relaciones, vivienda inestable o falta de la misma.