La resiliencia también se aprende. Ejemplo de ello son las campeonas paralímpicas Marta Arce y Loida Zabala. Sus trayectorias vitales y deportivas rompen todos los clichés y confirman la teoría de que las barreras están en nuestra mente

La resiliencia sí se aprende: el triunfo de dos paralímpicas
Marta Arce (Foto EFE/Javier Regueros) . Loida Zabala (Foto cedida por la deportista)
  • 30 de octubre, 2017
  • EFE/MADRID/PILAR GONZÁLEZ MORENO

La pasada semana un grupo de atletas paralímpicos fue distinguido por el Instituto Español de Resiliencia con la tercera edición de sus premios por su “capacidad para superar la adversidad y crecerse ante acontecimientos que potencialmente podrían ser traumáticos”.

Según la psiquiatra Rafaela Santos, superar la adversidad requiere el desarrollo de la siguiente secuencia de actitudes:

Aceptar la realidad/Superar la pérdida/Valorar el significado/Adaptarse al cambio/Desarrollar creatividad/Encontrar el sentido/Buscar apoyo social/Positividad ante el desafío/ Y generar responsabilidad y compromiso.

EFEsalud ha entrevistado a dos de las galardonadas.

Marta Arce: toda la vida oyendo que era “una inútil”

Marta Arce (Valladolid 1977) tiene un 10 por ciento de visión porque nació con albinismo oculo-cutáneo completo. De adolescente se sentía una inútil “porque era lo que llevaba oyendo toda la vida” pero enterró aquella creencia cuando, ya estudiante de fisioterapia, se apuntó a hacer yudo en la ONCE.

En este deporte ha sumado tres medallas paralímpicas (dos platas y un broce); cinco mundiales (un oro y cuatro platas) y cinco europeos (un oro y cuatro platas).

Recuerda que de niña no era particularmente consciente de lo que le pasaba: “cuando empecé a sufrir las consecuencias fue en la adolescencia, que es cuando te empiezas a hacer preguntas sobre quién eres, cómo eres, y por qué pasan las cosas”.

Tampoco “tenía conciencia de que no veía bien, sí me apercibía que los niños no jugaban conmigo pero no entendía la relación y fui consciente de todo esto en la adolescencia”.

Cuando entra en la ONCE  descubre que no tenía por qué “pasar las de Caín”.

Le dieron unas gafas para facilitarle la lectura y “ahí me di cuenta de que existía el mundo de la adaptación y de que yo tenía derechos”.

Con el yudo es consciente de que es capaz de esforzarse y de que puede sacar los mismos resultados que los demás, porque hasta ese momento “mi concepto de mí misma era un poquito negativo”.

“Tenía el sentimiento de que era bastante inútil, aunque terminé bachillerato y logré aprobar la selectividad sin adaptaciones ni ayudas, pero era lo que llevaba escuchando toda mi vida, que era vaga, y yo tenía esa idea de mí misma”.

Marta ve algo más que sombras, su 10 por ciento de visión explica “para que nos hagamos una idea”  supone tener que aproximarse a diez centímetros de cualquier objeto, mientras el resto lo puede ver sin problemas a una distancia de un metro.

“Además es como si me faltaran pixeles, es decir lo que veo tiene poca definición pero no tengo la sensación de ver borroso, yo siempre pienso que veo nítido, y luego cuando veo nítido con ayuda de unas lupas impresionantes, te das cuenta y dices pero de verdad existen las rayas”.

En clase siempre se ponía en la primera fila “para poder intuir algo de la pizarra” y hasta los quince años no comenzó a relacionarse con sus compañeros de clase; recuerda que dio con un grupo “majo” y que “no andaba mal de éxito con los chicos.”En ese aspecto siempre me he llevado el gato al agua y siempre he sido muy parlanchina”.

Lo ciegos andan siempre con la prevención de no caerse, pero el yudo precisamente lo primero que enseña es a caerse, es la base.

Es a juicio de Marta un deporte ideal para personas con discapacidad visual, por todos los valores que conlleva, porque se trabaja mucho la percepción y “aprendes a desarrollar una escucha activa física, porque a través del cuerpo estás interpretando la posición del contrario, y sabes por ejemplo donde tiene los pies por los cambios del peso…”

En su relato, apunta que sus padres si sabían de su discapacidad visual pero considera que no estaban bien informados.

“En mi casa pensaban que la ONCE era para ciegos totales, también es la imagen que se daba, yo creo que tampoco se informaron lo suficiente”

“Seguro que se podía haber hecho más. Para empezar mi hermana y yo – que también padece el mismo tipo de albinismo y hoy es ingeniera de telecomunicaciones- no teníamos adaptación curricular de ningún tipo”.

Su albinismo es hereditario, es autosónico recesivo, y le viene por parte de padre y madre, “pero luego es una lotería, cada hijo tiene un 25% por ciento de posibilidades de ser albino, y nos tocó”.

Marta tiene tres hijos pequeños, los tres son portadores, y aunque no lo padecen tienen “muchas papeletas” para tener hijos albinos.

Después de un tiempo retirada, ha decidido, con 40 años cumplidos, volver a la competición. Lo considera un reto:  “Y no me echan ni con agua caliente porque el que tiene ese gusanillo de la competición no lo puede dejar”.

Hoy defiende convencida que el hacer o dejar de hacer cosas es un tema “de barreras mentales que hay dentro de todos nosotros, discapacitados y no discapacitados”.

 

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EFE/Fernando Bizerra Jr

Loida Zabala: la silla de ruedas fue “una liberación”

Loida Zabala (Cáceres, 1987) padeció una mielitis transversa o inflamación medular cuando tenía 11 años. Desde entonces no puede andar y se vale de una silla de ruedas, que supuso para ella una “liberación”.

“Enganchada” a la halterofilia desde los 18, luce en su palmarés, y entre otros, un bronce en el Europeo de Rusia, un Oro en el Open de las Américas. y varios diplomas olímpicos. El último lo conquistó en Río de Janeiro, donde obtuvo la quinta plaza. Su última medalla, otro oro, la ganó este año en el Mundial paralímpico de Hungría.

Cuando se puso enferma la ingresaron en el hospital y estuvo cuatro meses sin poder levantarse de la cama, de ahí la derivaron a Toledo. En sus segundo día ya la sentaron en una silla de ruedas y “me enseñaron a ser independiente”.

“Sentarme en una silla de ruedas fue una liberación, no un trauma porque imagínate cuatro meses en la misma habitación, con una televisión que no funcionaba y sin hacer nada, las horas se hacían muy largas… salir a la calle y poder hacer tu vida normal para mi fue una pasada”.

“No sé como hubiera sido si me hubiera tocado de más mayor, pero lo que sé es que lo viví con total normalidad porque estar en silla de ruedas al final no es nada, simplemente que en vez de caminar con los pies caminas con una silla y ya está”

“La vida la estoy viviendo exactamente igual que si estuviera de pie aunque quizá no con tantas experiencias como tengo ahora, porque creo que no me hubiera dedicado al deporte a nivel profesional, ya que no tenía aspiraciones por competir”.

Loida ha estudiado el ciclo superior de administración y finanzas y desde los 12 levantaba mancuernas para tener fuerza en los brazos hasta que abrazó la causa de la halterofilia. Tras participar en su primer campeonato de España le ofrecieron trasladarse a Asturias para entrenar de forma profesional.

El hecho de que no encontrara trabajo la llevó a estudiar programación e informática, lo que le permitió convalidar deporte y empleo durante nueve años. Hoy entrena en su tierra natal con la vista puesta en el podio del próximo Mundial en México.

Loida es una persona tranquila y sonriente que tiene la valentía de contar sin mayor problema que hace un tiempo tuvo “una mala experiencia con un novio que la maltrató”.

“Es una situación muy dura en la que caes en un pozo y no sabes como salir de ahí, pero en ese momento tuve la suerte de focalizar mi atención en el deporte, en las olimpiadas de Londres, y sin darme cuenta pude superar la situación sin ayuda psicológica”.

Esta experiencia, relata, le hizo darse cuenta de que “aunque sea muy complicado superar alguna de las situaciones que vivimos, si te empeñas lo logras, y la vida se basa en eso, en centrarse en las cosas positivas y no en las negativas y es una bonita manera de hacerte fuerte y sentir que no hay nada que te pueda parar”.

Su derrota en el último campeonato europeo, en el que luchaba por la plata pero lo perdió al hacer tres nulos “fue una gran desilusión porque había trabajado muy duro para esa competición. Me costó recuperarme pero lo logré”.

“La barreras – coincide- son mentales, en el momento en el que piensas que no vas a conseguir algo lógicamente ya has perdido”.

Para Loida, la halterofilia significa mucho porque “tienes que ir superando tu marca y te enseña hasta dónde puedes llegar y a ponerte metas más altas, y me da la fuerza que necesito para ser completamente independiente”.

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EFE/J.L. Pino

La resiliencia sí se aprende

La resiliciencia sí se aprende defiende también Rafaela Santos,  psiquiatra experta en neurociencia y médico psicoterapeuta que preside actualmente el Instituto Español de Resiliencia y la Fundación Humanae.

La resiliencia, explica, es tan antigua como la vida misma y “siempre hemos conocido a personas que se crecen en la dificultad y otras que se arrugan con mucho menos. Y lo más importante es que cuando se planta cara a las dificultades, el éxito llama a nuestra puerta y, como consecuencia, se vive mucho más feliz”.

Para esta profesional, el ser humano es vulnerable, pero a la vez viene preparado para la supervivencia y esta determinación le hace fuerte, pero necesita entrenamiento para tener entereza o fortaleza de ánimo.

“Si a esta competencia se añade la experiencia vivida y superada, se adquiere la capacidad de crecer en la adversidad y esto es, en definitiva, la resiliencia”, valora.