Al igual que la cinematografía, el teatro, la historieta o la fotografía, el arte de la literatura refleja en sus obras la mayoría de las enfermedades que padecen los seres humanos, ya sea de manera individual, como la locura, o de forma colectiva, como la pandemia del sida. “De vicio”, primera novela del escritor César S. Sánchez, tiene como trasfondo un cáncer que se apodera célula a célula de nuestra sociedad corrupta, devenir enfermizo que solo se puede curar con más y más inyecciones de educación, justicia y cultura

Si publicar a un autor principiante resulta complicado cuando el cabello se encuentra en franca retirada, que te editen una historia madrileña, urbana, de barrio, de La Elipa, con protagonistas derrotados nada más romper a llorar y antagonistas con forma de canuto, polvo blanco o jeringuilla, solo puede significar que la obra es deslumbrante.
“De Vicio“, de la editorial Relee, es el debut literario del escritor César S. Sánchez, nacido en Madrid en 1970, que firma bajo el pseudónimo de Arturo G. Pavón, una especie de homenaje romántico a Edgar Allan Poe y a su único personaje de novela, Arthur Gordon Pym.
El protagonista en “De vicio”, Santos Padilla, aborrecible y seductor a un tiempo, un calco autobiográfico, o no, del mismísimo autor, escapa de su barrio narcotizado y cae en la anestesia del matrimonio, de la urbanización y de la hipoteca a interés fijo; y se inmola ante nuestros ojos deseosos de emociones cada vez más hercúleas.
La trama de la novela, que está bien elaborada, con todos los pespuntes de los costurones hechos a mano, avanza a un ritmo tremendamente trepidante hasta el punto y final. Su estilo descerraja las neuronas más atrevidas. Vamos, que sus 132 páginas se pueden leer como un tiro.
El autor mete de lleno al lector en los tramposos años ochenta, donde los jóvenes se enganchaban a la movida musical; continúa en los noventa, década prodigiosa del espejismo materialista, y llega hasta los albores de la crisis económica que nos dejó sin resuello en el 2008.
Cáncer de barrio, metástasis en la ciudad
Contada en primerísima e intimísima persona, “De Vicio” arranca con el adiós definitivo de una madre consumida por el cáncer o por la metástasis de esa droga sibilina, aunque dolorosa, que inocula el constante suplicio de los vástagos retorcidos, como así son Santos o sus hermanos Álvaro y Felipe, o una hija imaginaria; todos ellos del mismo padre desbravado y enlutado de azul ferretería en los años grises de los 50 y 60.
Pasados unos cuantos párrafos de analepsis, que anuncian un desenlace trágico, el protagonista, Santos Padilla, traductor de inglés de novelas baratas y escritor frustrado, aficionado al flipe por el flipe y esclavizado al “sexo guarro”, soniquete de la novela, y cuya única ilusión virginal se llama Sonia, descubrirá que no se puede cambiar la suerte del destino por mucho que se firme una hipoteca.
Este hijo de barriada, o como dice el autor de la novela, “nacido para no dejar huella“, salvo cicatrices callosas en el corazón de las mujeres, como todos sus colegas de vomitonas, da un paso al frente, cruza la M-30 (autopista que circunda el cogollo de la capital española), deja atrás, o eso cree, su mundo finiquitado y progresa, a duras penas, entre los elepés de una tienda de música en la céntrica calle Montera y su lascivia mental de macho desbordado.
Cesar S. Sánchez deja pasar, y pasan, los días y los años por esos padres de rutina obrera, joven ama de casa envejecida y ferretero sin muescas; o por esos hermanos predestinados, uno yonqui, otro homosexual disfrazado de falangista y la hija soñada; y pasan los meses del protagonista por esas Sandras, Maricármenes, Eulalias o una Bárbara, con la que se casa y de la que se divorcia en un pispás de portazo.
Pero el protagonista, Santos Padilla, que escribe el libro de sus sueños y fracasa, “aprende a vivir haciendo la vista gorda”, a morirse poco a poco en su vivienda de urbanización de avenidas anchas, a golpearse el cerebro con una gota más de esto o de aquello, a satisfacer sin ganas su boca llena de rabia desenfrenada.
El novelista no deja cabos sueltos y también deja pasar los minutos y los segundos de la soledad hasta que el insomnio abraza al protagonista cada noche infinita, cada vez más oscura y nostálgica; caldo de cultivo del clavo ardiendo de la añoranza.
Neoplasia del tejido social
Santos retorna a su casa vacía de padre, muerto de la tensión interior de sus arterias coronarias; vacía de hermano mediano, muerto por una sobredosis de caballo y sida; vacía de hermano pequeño, muerto en vida dentro de un armario de roble asturiano; y vacía de una hermana solo viva en la imaginación del útero materno.
El protagonista vuelve así a su Elipa sórdida; vuelve a la cama de su madre moribunda, donde está su sitio. Santos Padilla, o sus gafas en 3D, o Arturo G. Pavón, o cualquiera de la mayoría de nosotros, que podría encajar sin grandes manoseos en esta obra autobiográfica, o no, elige sin dudarlo el inexorable paso del tiempo sin cambalaches postizos.
El final, a cambio, es todo un chute de escapadas virtuales en el que Sonia, ilusión consumida, será metadona hasta que la muerte los separe.
Para la directora de Red Libre Ediciones (Relee), la escritora Isabel Cañelles, “la novela simboliza toda una época, a una generación urbana. Tiene una voz narrativa provocadora, a la vez que profunda y tierna; una voz del alma que te atrapa desde la primera línea”.
“De Vicio” se presentó en el bar “La Vía Láctea” del madrileño barrio de Malasaña, un local que puso música y ambiente cultural a la movida de los 80, noches y noches de bandas sonoras inyectadas en vena por Ramones, U2, Nirvana, Lou Redd, Tom Waits, Golpes Bajos, Loquillo, Nacha Pop o Burning y su memorable “Qué hace una chica como tú en un sitio como éste“.

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