“Que me juzguen por lo que soy y no por la enfermedad que tengo”. Es lo que piden Guido, Mercedes, Félix y Manuel, cuatro ejemplos de una vida marcada por la lucha contra el estigma y la exclusión social. Estas son las historias que hay detrás de trastornos como la anhedonia o la psicosis esquizofrénica

Cara a cara con el trastorno mental
Guido, Félix y Mercedes en los talleres y charlas de la Asociación de Salud y Alternativas de Vida de Leganés/EFE/Kote
  • 2 de diciembre, 2013
  • MADRID/EFE/MARINA VALERO

Guido, Mercedes, Félix y Manuel asisten a los talleres y charlas de la Asociación de Salud y Alternativas de Vida de Leganés (ASAV), en la Comunidad de Madrid, donde un grupo de monitores y voluntarios trabaja cada tarde para que unas 120 personas participen en sus actividades de pintura, cine, baile, creación literaria, entre otros.

Según la Estrategia en Salud Mental del Sistema Nacional de Salud, casi tres de cada cien adultos padecen un trastorno mental grave.

“Muchas veces los problemas no están tanto en los síntomas que presentan los enfermos, sino en las dificultades de participación y reinserción social”, explica José García, psiquiatra y asesor científico de la Confederación Española de Agrupaciones de Familiares y Personas con Enfermedad Mental (FEAFES).

Manuel, Mercedes, Félix y Guido

Manuel lleva 60 años conviviendo con la psicosis esquizofrénica paranoide, una enfermedad mental que afecta a medio millón de personas en España y provoca delirios, alucinaciones o dificultad para percibir la realidad. “De acuerdo con el estigma, vivo en mi mundo extravagante desde los cinco años”, relata.

La etiqueta de “bicho raro” acompaña a buena parte de los pacientes, y Mercedes lo sabe bien: “La gente es muy cruel y no tiene piedad. Se aparta, como si no hubiera sitio para ti”, lamenta esta mujer de 42 años, con una discapacidad del 52 por ciento causada por depresión.

Los amigos de Félix dejaron de llamarle cuando olieron que algo iba mal. “Empecé a huir del trabajo y de la gente. Quería que me quitaran las obsesiones”, describe este hombre de 56 años.

El “ruido de voces” y la eterna sospecha de que los demás estaban hablando de él eran insoportables. “En un primer momento me dijeron que tenía una depresión profunda (…) pero un día agredí a mi hija, crucé el límite.”

Y un nuevo diagnóstico llegó. Félix supo por fin que padecía un trastorno obsesivo-compulsivo. La denominada “brecha terapéutica” supone un obstáculo añadido, tal y como argumenta el doctor García: “El 30 % de los enfermos no recibe el tratamiento adecuado” y al menos la mitad no toma ningún tipo de medicación.

La dificultad para acceder a un empleo es uno de los motivos por los que Guido, de 34 años, no cuenta con experiencia laboral. Este joven padece anhedonia, también conocida como la incapacidad para sentir placer o satisfacción. “Es como si te tomaras un café sin azúcar”, explica.

Apenas el 5 % de las personas con trastornos mentales tiene trabajo. “Cuando se enteran de que vas al psicólogo o psiquiatra te echan para atrás, como si fueras una cosa que no sirve”, se queja Mercedes. Desempleada y con un marido en paro, los problemas económicos agravan su enfermedad.

Según el doctor García, la tensión que genera la crisis económica “agudiza los síntomas de la enfermedad” y potencia su evolución negativa, al igual que lo hace el aislamiento o la marginación.

Ánimo de superación

El pedagogo social y coordinador de actividades y voluntariado de ASAV, Ismael Anaya, explica: “Aquí no quiero una identidad de enfermo mental, sino de persona que quiere ser aceptada, disfrutar y conocer gente”.

La ASAV trata de ayudar también con las actividades de una “escuela de padres”.

Manuel está seguro de que no hay nada peor que “ver sufrir a las personas que uno quiere”, y lo dice quien ha pasado por durísimos episodios como una violación cuando era pequeño o el acoso de muchos vecinos del barrio a lo largo de toda su vida.

“Soy buena persona, nunca me he metido con nadie y siempre voy de buen rollo con todo el mundo. Aún así, me han depredado”. Manuel es muy crítico con los prejuicios que tanto daño le han hecho, aunque cree que son fruto de la “ignorancia”.

Guido también percibe cómo la mayoría de la sociedad le rechaza debido a su trastorno. “Nunca tuve novia. Las chicas saben que padezco un problema grave y no quieren meterse en esas historias. Es más, una de ellas me contestó que no salía con mutantes”, recuerda con amargura.