Artículo del doctor Frederic Llordachs, socio y cofundador de Doctoralia, en el que introduce una parábola de ciencia ficción para hablar de cómo se está gestionando la COVID-19, una pandemia que se acerca al año desde que estalló en el mundo

El doctor Frederic Llordachs, es socio y cofundador de Doctoralia. Especializado en nuevos negocios e innovación en el área de la salud, tiene experiencia en compañías aseguradoras, así como en gestión clínica y sanitaria, y está interesado en el turismo médico, la innovación en dispositivos médicos, y nuevos servicios TIC de salud.
Asesora proyectos digitales desde Barcelona Health Hub con Braincats Consulting, como el e-commerce médico Clinicpoint, el servicio de IA Universal Customer, o el servicio de telemedicina y control de pacientes crónicos Doctivi.
Alien y el alcalde de Tiburón
por Frederic Llordachs
Año 2021. Durante el frente frío bautizado como Filomena, desde el frío cielo descienden grandes naves sobre las principales ciudades de la Tierra.
Al principio Europa, pero de hora en hora todas las ciudades de más de 1 millón de habitantes tienen al menos una extraña estructura que parece suspendida, ignorante de la Ley de la Gravedad.
Al cabo de dos días, y simultáneamente, las naves nodriza abren compuertas y pequeñas naves repletas de seres con aspecto de artrópodo en perfecta formación descienden sobre la superficie.
La sorpresa inicial da paso al terror de la población, dado que los citados artrópodos extraterrestres, de cerca de 2 metros de altura y 6 patas, de las que 2 son motrices, se lanzan en pequeños grupos sobre la gente que había salido a su encuentro, los despiezan como un pollo de rosticería y los engullen en medio de los gritos de los pobres humanos.
En medio de esta situación de emergencia, y en vez de llamar a los cuerpos de seguridad, toda la ciudadanía se intenta organizar. Que todo el mundo aporte es la única solución que puede salvarnos a título individual, pero también colectivo. No se va a poder dejar la defensa solo al ejército: debe contarse con todas y todos aquellos dispuestos a luchar.
Esta parábola que esperemos no se cumpla nunca, tiene cierta semejanza a la lucha contra el coronavirus que estamos viviendo.
Pero hay sustanciales diferencias: Una es que la letalidad del coronavirus no es instantánea ni deja sangre a la vista. Es más bien como el extraterrestre de Alien, el Octavo Pasajero. Uno se infecta y va tan tranquilo hasta que pasa el periodo de incubación, a veces hasta con la llamada “disnea feliz”, ahogándose sin darse cuenta.
También la COVID19 es relativamente invulnerable como aquel bicho contra el que Sigourney Weaver las pasó canutas. La suerte que tenemos es que no es 100 % letal para el huésped, pero sí que está causando un profundo impacto a nivel poblacional.

La otra cuestión a propósito de la parábola original es que la lucha contra el bicho va por barrios, cada uno a lo suyo. Mientras los sanitarios se desgañitan y sacrifican en algunos casos sus vidas, la distancia social se toma a veces a cachondeo, y los políticos parecen comportarse como el alcalde de la película de Tiburón, para llorar con lágrimas de cocodrilo cuando la cosa se desmadra.
El criterio de la libertad individual se sigue confundiendo con el libertinaje, llegando a no suspender y castigar fiestas colectivas por discrepancias entre los partidos políticos que mandan en las diferentes consejerías afectadas. ¿No hay previstos juicios por atentado contra la salud pública de toda esta chusma sin estima ni respeto por el prójimo?
La falta de un criterio y un liderazgo claro llega a cuotas inverosímiles cuando se repasa cómo y dónde se están administrando vacunas en España.
Está pasando en todas partes más o menos lo mismo: no se utilizan todos los recursos al alcance para intentar atajar de raíz con el único recurso farmacológico que parece útil, las vacunas.
Mientras se tarde en vacunar, la normalidad económica, académica, familiar, deportiva, será imposible. Por eso es increíble que se sobrecargue a los centros sanitarios, recursos y profesionales públicos con el trabajo de vacunar cuando se dispone de una red de centros privados, farmacias, consultas de odontología y tantos otros establecimientos sanitarios de titularidad privada pero autorización sanitaria pública que pueden y quieren ayudar.
Parece que las ideologías están mandando donde deberían mandar las ganas de resolver el problema y el bien común.
Esperemos que el sentido común impere en algún momento y no sea demasiado tarde para muchos de los que se podrían salvar de la peor versión del virus que está tumbando a la especie humana.
Debe estar conectado para enviar un comentario.