La religión también ha desempeñado un papel importante en la resiliencia de los sectores más afectados por la covid. La psicóloga Raquel Tomé ha hablado con dos capellanes de hospital y un párroco dentro de su serie de artículos: “Resiliencia: cuerpo a cuerpo con el virus”

Covid 19, resiliencia en sacerdotes: “Solo el amor vence al miedo”

Por Raquel Tomé

Cuando atravesamos en la vida el temporal de la adversidad echamos mano de las fuerzas ocultas de nuestra resiliencia, la capacidad que tenemos los seres humanos para hacer frente y sacar lo mejor de nosotros mismos.

Nos ayuda a responder con acciones destinadas a paliar en lo posible los destrozos y a encaminar la realidad de nuestro mundo hacia la vida.

Esta fortaleza interior se nutre de la interdependencia mutua del individuo con la red de apoyos que lo sostiene que se fundamenta en la organización social y los vínculos que construimos.

Todos ellos generan un sentimiento interno de seguridad. Así, hemos sido conscientes, más que nunca, de la esencial importancia de disponer de un sistema sanitario eficiente, adecuados servicios de emergencia, del sostén y arrope de las escuelas, el pilar fundamental de la familia, los cálidos amigos, la comunidad religiosa, etc.

Entre las personas que ayudaron y soportaron ellas mismas una enorme carga física y emocional durante los meses más duros de la covid, destaca el ejército invisible de los capellanes de hospital y sacerdotes de parroquia que acompañaron el desconsuelo de la pérdida a las familias y a los enfermos arrojados solos en los hospitales al cuidado de anónimos sanitarios.

El papel de los religiosos en la pandemia

Hemos recogido el testimonio de Ramón Sala y Bogdan Vasile, capellanes de los hospitales universitarios madrileños Ramón y Cajal y La Princesa, respectivamente, y del sacerdote Ángel López, de la parroquia de El Vellón (Madrid).

Psicóloga Raquel Tomé
La psicóloga Raquel Tomé/ Foto cedida

Ángel López nos ha contado que en pleno estado de alarma tras el estallido del coronavirus, se cerraron los templos. La vida pastoral quedó detenida y la vida litúrgica clausurada.

Fue necesario salir fuera porque era donde estaban las necesidades y eso hizo que se involucrara activamente en el reparto a domicilio de comida a las personas más vulnerables. Al mismo tiempo, practicó un intenso tiempo de meditación y de súplica a Dios para que nos fortaleciera en momentos tan tristes.

En la segunda parte del confinamiento se abrieron de nuevo los templos y se adaptaron los rituales a los nuevos cambios introducidos por la normativa sanitaria gubernamental.

Así durante los tres primeros meses de la covid no hubo exequias, dado que los fallecidos pasaban del tanatorio a la ceremonia en la parroquia, práctica habitual en las zonas rurales.

En el momento del fallecimiento la única tarea litúrgica consistía en unos minutos de oración a pie de tumba, un responso, que es una súplica al Padre como respuesta y aceptación de la llamada de Dios a la vida eterna.

Hubo familias que no tuvieron ese servicio por la prisa, el desconcierto y la desinformación, dado que los fallecidos se acumulaban y a veces no se sabía con certeza el momento de la inhumación. Traumas y heridas espirituales que hoy en día – cuenta el padre Ángel – se intentan sanar.

A los enfermos se les atendía mediante llamadas telefónicas y participaban de la Eucaristía por televisión u otro medio.

El sacerdote Ángel López, de la parroquia de El Vellón (Madrid)/Foto cedida

Cuando le preguntamos al padre Ángel qué le sostuvo en estos momentos de oscuridad responde:

Personalmente lo viví con mucha paz, en primer lugar, por mi condición de sacerdote al recordar las palabras que Jesús nos dirige a todos: ‘La paz os dejo, mi paz os doy’, y esto no es teoría sino experiencia diaria como única posibilidad de vivir una fe plena y gozosa. También estuve tranquilo quizá en parte porque el medio rural ofrece posibilidades escondidas que no percibimos a simple vista, sobre todo en momentos de confinamiento estricto. Me refiero por lo general a la amplitud de las viviendas rurales, su patio y todos los espacios que lo hacían más llevadero

La fuerza provino, por una parte, de mi interior, ya que dentro del ser está siempre presente su Hacedor, y como tal nunca abandona a su criatura. De hecho, durante el tiempo de confinamiento continué celebrando la Eucaristía en soledad y después con un número muy reducido de personas. Fue una experiencia única. Por otra parte, de los demás, de contemplar su situación, y de la necesidad de hacer algo para que cesara su sufrimiento”.

Duelo en una situación dura y difícil

Todos recordamos cómo, a medida que evolucionaba la pandemia, las ceremonias, los rituales y tradiciones para confortar a las familias fueron cambiando.

El sacerdote daba un responso en el tanatorio del hospital, se limitó a tres el número de personas en los cementerios, que se fue ampliando poco a poco, y se esperaba a celebrar los funerales cuando se podía tras un periodo de espera variable.

Los psicólogos sabíamos que la labor pastoral para mantener vivas las ceremonias religiosas tenía una gigantesca importancia simbólica para los dolientes, y no ha sido una cuestión menor en absoluto.

La propia American Psychological Association ha reconocido que uno de los factores de riesgo en el incremento del duelo patológico y deterioro funcional por Covid19 ha sido la ausencia de rituales funerarios tradicionales.

Robert Neimeyer, psicólogo clínico y director del Portland Institute for Loss and Transition nos hacía conscientes de ello al subrayar: “Las circunstancias en las que las personas que experimentan duelo por Covid19 perjudicaron a la elaboración del mismo en casi todos los aspectos imaginables”.

Muchas personas sintieron que no se pudieron despedir de forma adecuada, cuidar a sus enfermos o dar su último adiós.

Esta difícil realidad ha subrayado aún más la importancia esencial de los rituales, las ceremonias y los velatorios en el proceso de duelo porque “no sólo ofrecen la posibilidad de recibir el consuelo y cariño por parte de los familiares, sino que son esenciales para asimilar la pérdida” (Elisabeth Kubler-Ross).

Contribuyen a crear una atmósfera de intimidad que subraya la relevancia hacia lo que allí se celebra y nos predisponen al recogimiento interior y a conectar con cuán afectados nos sentimos.

Ante el duelo nos hallamos presos de una mezcla de emociones desbordadas y “encauzarlo en los límites de las costumbres permite dar al dolor el espacio necesario sin que lo inunde todo” (Najat El Hachmi).

Las ceremonias tienen el valor de ayudar a domesticar el dolor y a encaminar la pérdida hacia la aceptación de una realidad dolorosa con la que hemos de aprender a convivir y relacionarnos.

Los capellanes en los hospitales

El padre Vasile y Ramón Sola nos han hablado de otra de las tareas que llevaron a cabo los capellanes dentro de sus Hospitales, además de impartir los santos sacramentos: cuando se les solicitaba ofrecieron acompañamiento espiritual y emocional a pacientes, familiares y profesionales pues en el ámbito hospitalario aflora con mayor preeminencia la dimensión religiosa y espiritual del ser humano.

Y, con frecuencia, se revelan las grandes preguntas sobre el sentido de la existencia y la vida humana.

Así que dentro de esa atención integral hacia el enfermo cuidar a la persona significaba hacerlo en su totalidad, desde las dimensiones física, psicológica, social, espiritual y religiosa.

El padre Bogdan Vasile, capellán del Hospital de La Princesa de Madrid/Foto cedida

El padre Vasile recalca: “Acompañar al enfermo comporta desplegar una actitud amorosa que muestre cercanía, confianza y caridad, preocuparse por todo sin preocupar, conmoverse con todo sin compadecer, aceptarlo sin incomodarse por su forma de ser, hacer el bien sin crear dependencia, infundir ánimo y esperanza, estar disponible sin imponer”.

Y, ¿cómo se realiza ese acompañamiento espiritual?

Durante la pandemia, a los capellanes se les daba acceso a los enfermos más vulnerables y tuvieron la oportunidad de estar en esos momentos con empatía, “acogiendo sin prisa”, “comprendiendo desde el corazón”.

Pues dentro de cada sentimiento humano aparece inevitablemente la pregunta del sentido. Y, para el padre Vasile –subraya- es muy importante el “gesto”, la mirada llena de cariño que sana, pues éste va más allá de lo que las limitadas palabras alcanzan a expresar.

Cuando le pregunto qué le ayudó frente a circunstancias tan extraordinarias a sortear el miedo al contagio –pues sabemos que murieron algunos sacerdotes–, hizo referencia al libro de “La peste” de Albert Camus, donde se recoge un diálogo entre religiosos que atraviesan circunstancias similares a las suyas y concluyen en sus reflexiones: “Sólo el amor vence al miedo y no el coraje, pues éste lo puede llegar a tener también un fanático. Y es importante saber estar en la angustia, sacar lo mejor de ti mismo. Eso sólo lo haces desde el amor”.

El padre Vasile nos cuenta que a él una de las cosas que más le costaron era no poder abrazar a las personas pero que pudo aceptar tantas restricciones de su libertad otorgando un profundo significado de solidaridad a las mismas: “Sabía que con eso ayudaba a otros”.

El padre Ramón Sala, capellán en el Hospital Ramón y Cajal de Madrid/Foto cedida

Al padre Ramón Sala, perteneciente a la orden de los agustinos y uno de los cinco capellanes del Hospital Ramón y Cajal, esa mole de cristal y cemento que se yergue orgullosa a orillas de la autovía norte de Madrid, le tocó hacerse cargo de esta pastoral sanitaria recién aterrizado de Costa Rica donde ejercía como profesor de teología.

Le cuesta hablar de sí mismo, y ensalza todo el tiempo la gigantesca labor de los sanitarios:

Son héroes. Los he visto dar lo mejor de sí mismos, pasándolo mal por tener que aislarse y no ver a sus familias para evitar el contagio, pero dándolo todo por los demás, doblando turnos, trabajando hasta la extenuación”, resalta el capellán.

Y me recuerda, jubiloso pese al cansancio (pues está en una de sus guardias de 24 horas), que ha sido testigo privilegiado, en medio del fragor de la batalla, de esta juventud desbordada de humanidad por la que desprende una admiración profunda:

Hay esperanza en los jóvenes y mucha humanidad. En este Hospital hay mucha humanidad”, añade.

Acercarnos desde esa pastoral sanitaria al mundo del dolor siempre pone en entredicho muchas referencias y relativiza circunstancias y realidades. Y este servicio nos permite ver el rostro de Jesús más de cerca en enfermos, buenos profesionales y situaciones en donde la fragilidad humana es más evidente. Y, quizás como dijo Viktor Frankl: ‘La última de las libertades es elegir la actitud de uno ante cualquier circunstancia’.

También me cuenta el trato cordial y delicado del personal sanitario para con ellos y lo mucho que les facilitaban su trabajo si algún enfermo o familiar reclamaba sus servicios, así como el apoyo y la ayuda de sus compañeros de comunidad, abiertos a escucharles, quizás por eso destaca el valor de la entrega de los sanitarios porque, en condiciones extremadamente difíciles, lo dieron todo.

Psicólogos y psicólogas hemos acompañado en estos años duelos complicados, los esperábamos.

Dar a conocer a las familias el testimonio de que otras personas ocuparon su lugar junto a los suyos, que les trataron con respeto, amor y dignidad, visitándoles, acompañando su sufrimiento, intentando hacer algo incluso cuando la muerte arrancaba la vida de un segundo a otro, quizás calme en algo el abismo de su aflicción y tenga un efecto balsámico, consolador.

Al fin y al cabo, como los maestros budistas nos recuerdan en el “Libro Tibetano de la vida y la muerte”: “Todo el dolor, el sufrimiento y las dificultades de esta vida son, en realidad, oportunidades que se nos presentan para conducirnos gradualmente, a una aceptación emocional de la muerte. Pues aprender a vivir, es aprender también a desprenderse”.

Y, como la Psicología también nos enseña, el acompañamiento espiritual y religioso proporciona equilibrio, fortaleza y esperanza para muchas personas; incentiva el bienestar, el crecimiento personal, la autosuperación a la hora de enfrentar la enfermedad y la angustia de muerte.

Y si, por último, resumiera el sonido de las palabras más pronunciadas por estas personas como en el estribillo de una canción pegadiza, serían: “Amor, esperanza, fe, compasión, solidaridad, generosidad, pertenencia, propósito vital, escucha atenta, etc.”. Todas las importantes. Esas que nos ayudan a vivir.