El joven de la fotografía, con camiseta verde, agarra el cuerno del toro casi sin darse cuenta. Es Pablo Gómez y en los dos minutos que dura un encierro de San Fermín la tensión ocupa su mente. “Te quedas en blanco, actúas de forma automática, solo notas como el toro te va empujando con el asta”. Y es que el miedo provoca reacciones inconscientes

Pablo, de 27 años, estaba ayer más nervioso de lo normal porque era el primero de los ocho días de encierro de las fiestas de San Fermín de Pamplona. Se levantó muy temprano, se duchó y sin desayunar se acercó a la calle Estafeta donde ya cientos de personas esperaban vivir el espectáculo.
Solo pocos minutos antes de que empiece, Pablo salta la valla para esperar el momento justo de unir su carrera a la de los toros. “No me gusta hacerlo antes, estar entre la gente, porque estoy muy nervioso y es cuando me pasan mil cosas por la cabeza, sobre todo mi familia, mi novia, mis amigos… Aunque te ven por la tele, en realidad están corriendo contigo”.
Por la tele es fácil distinguir a Pablo porque para eso se pone la camiseta verde del equipo de fútbol de su pueblo, Miraflores de la Sierra, en Madrid. Una camiseta que también se ha convertido en un talismán junto al pañuelo rojo que se anuda a la muñeca y no al cuello, las pulseras, el rosario de su comunión y un pequeño calendario con fotos de sus seres queridos que guarda en el bolsillo. Todo un ritual.

Suena el chupinazo que avisa de que los seis toros y los cabestros están saliendo de los corrales de Santo Domingo. En algo más de un minuto llegan al punto de la calle Estafeta donde Pablo se une a la carrera. Eso sí, intenta ir justo delante del toro. Y le agarra el asta.
“No lo pienso, ves el cuerno cerca quizás para intentar quitártelo de encima, no se, no te da tiempo a pensar. Solo vas sintiendo al toro en tu espalda”, explica este joven que trabaja en una quesería de su pueblo.
Es tal la tensión del momento que ni siquiera se da cuenta de que el toro que lleva pegado le levanta unos centímetros del suelo de un empujón con la testa. “Pero yo no he sentido que estaba en el aire hasta que lo he visto la foto”, asegura.
El miedo activa la amígdala cerebral
Que Pablo no sea consciente de que el toro le levanta del suelo o no sepa explicar por qué agarra el asta es algo normal en una situación de máxima tensión que se desarrolla en un tiempo mínimo, algo más de dos minutos.
“La emoción que domina es el miedo, no es ansiedad, es un peligro real porque si te equivocas sabes que puedes morir”, señala el psicólogo Antonio Cano, experto en emociones y cognición.
“En el caso del miedo -señala- puede suceder que no podamos acceder a nuestros procesos cognitivos, sino que se activa un proceso en la amígdala que produce una respuesta de la que no somos conscientes”.
La amígdala cerebral es un conjunto de núcleos de neuronas situada en los lóbulos temporales del cerebro que procesa y almacena las reacciones emocionales.
“La respuesta de lucha, huida o, incluso, quedarse paralizado puede decidirlo la amígdala en contra de nuestra voluntad. Los corredores están utilizando sus procesos cognitivos pero, a veces, su mente se queda en blanco y actúan de forma automática a través de la amígdala”, apunta el también catedrático de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid.

La mente en blanco también se le queda a José Berrocosa, de 28 años, amigo de Pablo Gómez con quien comparte pueblo, afición por participar en concursos de recortes y pasión por los encierros pamplonicos a los que acude desde hace nueve años.
“Hasta que pasa la carrera tengo una mezcla de nerviosismo, miedo, adrenalina…un cúmulo de sensaciones muy explosivas. Intento concentrarme pero cuando tiran el cohete me quedo en blanco”, comenta este joven dedicado a tareas forestales y medioambientales.
Cuando llegan los toros es el momento de máxima tensión. “Me pongo delante a correr y no pienso en nada, la adrenalina explota, la gente te agobia pero no escucho nada. La atención está concentrada en mi espalda porque a pocos centímetros tengo un toro de 600 kilos”.
Tanto Pablo como José reconocen que no se trata de un aislamiento total, quizá el instinto de supervivencia hace que de vez en cuando escuchen a alguien en un balcón avisándoles de lo que se acerca, están pendientes de otros corredores o calculan distancias y sortean obstáculos.
Según el psicólogo, “a unos centímetros del toro pensar es un lujo que no te puedes permitir y tienes que poner toda la energía en correr, en luchar o en quedarte parado si es necesario. Los procesos cognitivos sirven para valorar, por ejemplo, un peligro, pero cuando el peligro es inminente no utilizamos los procesos cognitivos para salir corriendo, sino que hay un circuito que te hace reaccionar aunque no hayamos identificado el peligro, porque si no puede ser demasiado tarde”.
Cuando todo termina

Más de dos minutos de tensión extrema en un recorrido de 875 metros que desemboca en la plaza de toros donde esperan cientos de personas para ver entrar, si todo va bien, a los toros en los corrales.
En las fiestas de 2013, cuando se produjo un embudo a la entrada de la plaza que ocasionó un tapón de corredores y de astados, José se había quedado retrasado unos metros intentando, con un periódico, que se levantaran dos toros que se habían caído en la calle Estafeta.
“No me pilló porque no era el día -recuerda- Cuando retomé la carrera hacia la plaza vi a la gente que venía corriendo en sentido contrario y nos avisaban para que no siguiéramos. No tiramos por encima de un montón de gente a la talanquera”.
Si la carrera termina bien, los corredores desembocan en la plaza y se retiran a los lados para que los toros vayan derechos al corral, eso al menos es lo que dictan las normas.
Y eso es lo que hace José. “En ese momento siento un subidón a tope y a la vez es como si el cuerpo se te quedara vacío, como si hubiera estado corriendo durante tres horas”.
Su amigo Pablo lo primero que hace al llegar a la plaza es saltar al callejón. “Y no puedo evitar que me den arcadas de los nervios y de la angustia”.
“Las arcadas son una reacción de aversión a algo. En este caso es una reacción emocional aversiva, el cuerpo está avisando: aunque lo disfrutes también es bueno que lo sufras para que no lo vuelvas a hacer”, explica el psicólogo Antonio Cano.
¿Por qué vivir ese riesgo?
Por qué los mozos arriesgan de ese modo es la pregunta más difícil de contestar. “Es algo que se siente, yo me lo pregunto muchas veces, pero lo llevo dentro desde pequeño”, dice Pablo, al igual que José quien también ha vivido la afición taurina en la familia.
Para el catedrático de Psicología, las personas que viven este tipo de situaciones de riesgo extremo responden a personalidades con alta necesidad de búsqueda de sensaciones y excitación, aunque eso suponga poner en riesgo tu propia vida.
Tanto José como Pablo, cuando corran su última carrera de estas fiestas de San Fermín, volverán ya tranquilos y agotados a Miraflores de la Sierra para seguir con sus vidas y su entrenamiento físico y mental para el encierro del próximo año. Tan solo unos días antes empezarán los nervios y alguna que otra pesadilla.
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