La escena se repite en muchos hogares y hospitales: hijos o nietos tratando de alimentar a la fuerza a los mayores, como si fueran pequeños en su edad más rebelde. Sin embargo, su falta de apetito no es una pataleta sin sentido, sino un síntoma con serias consecuencias que afecta a más de 8 millones en España

Se trata de la hiporexia que, en palabras de la doctora Rosa Burgos, endocrinóloga y Coordinadora de la Unidad de Soporte Nutricional del Hospital Vall d’Hebron en Barcelona, “significa disminución del apetito; así como la anorexia sería una falta absoluta de apetito, la hiporexia sería una disminución, de cualquier causa”.
Federico Cuesta, geriatra del Hospital Clínico San Carlos de Madrid y miembro de la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología (SEGG), añade que “es un síntoma que nos tiene que hacer indagar si hay algo más debajo porque, puede ser que una nueva medicación que hayamos ofertado al mayor disminuya su apetito o que tenga una patología más severa, es una señal de alarma que nos hace investigar más”.
Burgos estima que un 50 ó 60 por ciento de los ancianos en el país tienen este problema, que se dispara y se complica, principalmente, por dos causas: la edad y la enfermedad.
La vejez no viene sola
Cuesta explica que “el 90% de los pacientes mayores de 80 años presentan alteraciones del apetito” asociadas, en primera instancia, a factores fisiológicos.
En palabras más simples: los ancianos ‘normalmente’ comen menos porque disminuyen sus necesidades físicas y porque con la edad el estómago comienza a pedir menos cantidad; algunos porque perciben los sabores y olores de forma distinta, y otros por culpa de algún fármaco que estén recibiendo para tratar alguna otra complicación.
Otro factor clave que produce la hiporexia es social. “Los ancianos no pueden aislarse del ambiente que les rodea: muchas veces han perdido seres queridos recientemente, están solos, tienen ingresos en hospitales o, de forma involuntaria, se les lleva a residencias porque no pueden cuidarlos en casa”, lo cual tiene un impacto en su ánimo que se ve reflejado en platos de comida intactos.
“La hiporexia puede ser también un síntoma de alguna enfermedad que necesite apoyo psicológico, como una depresión; cuando se evalúa al paciente uno de los aspectos que hay que interrogar es el estado anímico, porque podría ser una de las causas”, añade Burgos.
Falta de apetito en el peor momento
El agravante número uno de la falta de hambre es que, como la mala suerte, aparece en el peor momento. “La enfermedad está ligada a la hiporexia y esto, para nosotros, es un problema porque cuando una persona está enferma es cuando necesita más energía y más proteínas para recuperarse”, asegura Burgos.

La desnutrición es la consecuencia más grave de la falta de apetito. Cuesta describe cómo se complica el rechazo a cualquier menú: “cuando hay una disminución en la ingesta, nuestros pacientes mayores empiezan a perder peso y, con el tiempo, acaban desnutriéndose; la desnutrición nos introduce en el círculo vicioso de las complicaciones, las estancias hospitalarias, incluso la mortalidad”.
Si un paciente pelea con la comida cuando tiene sus defensas golpeadas por alguna patología, se vuelve propenso a la desnutrición, que es, como dice Burgos, “uno de los principales problemas en los grandes hospitales: la desnutrición relacionada con la enfermedad”.
Además, “el empleo de fármacos para las enfermedades de esas personas también, lógicamente, altera el apetito”, como señala Cuesta.
Es importante mantener una alimentacion adecuada.
Difícil de detectar
Otro agravante de la hiporexia es que se camufla en la “normalidad”. Como se supone que los mayores “normalmente” comen menos, muchos ni se han enterado de que su padre, madre, abuelo o abuela no está comiendo ni la mitad de lo que necesita para mantenerse en pie.
Burgos ve el fenómeno a diario en su consulta. Asegura que es difícil poner en evidencia la falta de apetito porque los pacientes no lo mencionan, lo encuentran normal o creen que no tiene solución, los síntomas son difíciles de detectar.
“Nos pasa mucho con los ancianos, a los que les preguntamos: -¿Tiene apetito? Y responden: -Lo normal. -¿Y qué es lo normal? Y te explican lo que están comiendo y realmente es insuficiente”, enfatiza. Por eso, el apetito de una persona mayor es algo que hay que aprender a leer.
Las señales de alarma
“Nuestro principal signo de alarma es el peso. Es fundamental monitorizar el peso”, recomienda Burgos y agrega que toda pérdida de peso no intencionada indica que la persona mayor está comiendo menos de sus necesidades.
Otro signo es el plato lleno y frío sobre la mesa. “Cuando se le pone la cena y vemos que esa comida que le gustaba, que incluso solicitaba, empieza a quedar en el plato, ese es un indicador de que algo está fallando”, apunta Cuesta.
También es frecuente la aversión a cosas específicas, como dice Burgos: “hay determinados alimentos que les generan rechazo. Es muy frecuente con la carne roja”.
En consecuencia, muchos ancianos reemplazan las comidas que les producen asco con otras que el cuerpo les pide, como los dulces. Según Burgos, muchos de sus pacientes cenan un café con leche con dos magdalenas, lo que desequilibra su dieta y, a largo plazo, puede lesionar su salud.
Interrogar y actuar
El primer paso para que la hiporexia (falta de apetito) no se salga de control es, como afirma Cuesta, detectarla. Para eso es crucial analizar lo que comen los abuelos en este momento y compararlo con lo que comían, por ejemplo, hace tres meses.
Burgos trata el tema en la misma línea. Dice que el apetito “es un síntoma que hay que interrogar porque tiene tratamiento dietético y farmacológico si hace falta y si un profesional lo determina”.
Apenas se tenga la certeza de que esa boca cerrada está trastornando la nutrición, hay que ir con cuidado. “Si intentamos que aumenten la cantidad de comida sirviéndoles un plato enorme, vamos mal, porque, al contrario, vamos a intensificar el rechazo”, resalta Burgos. Todo entra por los ojos, hasta el asco.
Para contrarrestar la falta de apetito, los consejos dietéticos van encaminados a la “dieta fraccionada, es decir, comer poco y a menudo, con platos enriquecidos”. Burgos sabe de recetas.
“El plato debe tener la mayor cantidad de energía y proteínas posible. Si hacemos un puré de verduras, podemos utilizar clara de huevo para enriquecerlo en proteínas o quesito”, sugiere.

Lo que no debe fallar en la ejecución de un menú para un anciano que se niega a vaciar su plato es el volumen. Burgos recomienda que “con el mismo volumen demos más energía y proteínas, la idea es hacer cinco o seis comidas a lo largo del día, con poco volumen”.
El gusto también es eficaz. Cuando la falta de apetito se aferra a un anciano hospitalizado, apelan a sus preferencias: “muchas veces nos sale más rentable que la familia le traiga esa comida favorita que en el hospital no le podemos ofrecer”, comenta Cuesta. Seducir el apetito también funciona para que los abuelos dejen sus platos vacíos.
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