Todos conocemos a alguien que siempre se cree en poder de la razón, es incapaz de controlar sus impulsos sexuales o deja para mañana cualquier actividad que suponga un esfuerzo. Soberbia, lujuria, pereza… Son solo tres de las siete conductas que nos convierten en personas insatisfechas y poco autoexigentes. ¿Quieres conocer el resto?

Los siete pecados capitales: una perspectiva psicológica
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  • 30 de diciembre, 2013
  • MADRID/EFE/M.VALERO/G.DEL ROSARIO

Avaricia, soberbia, envidia, gula, ira… Pocos se libran del vicio de acaparar, desear lo ajeno, comer para olvidar o sustituir la palabra por el grito. ¿Qué hay detrás de este tipo de comportamientos? ¿Cómo se percibe desde la perspectiva psicológica?

Los expertos hablan de tres rasgos comunes: falta de autocontrol, desequilibrios emocionales y poca seguridad en uno mismo.

“Estas conductas denotan ciertos déficits. Una persona envidiosa o soberbia nunca podrá ser feliz, porque está mucho más centrada en el exterior que en su propia vida”, subraya María Jesús Álaba, directora del centro de psicología Álaba Reyes.

Este reportaje incluye siete enlaces a siete vídeos con los siete pecados capitales.

¿Envidioso yo?

Sentir rabia por el bien ajeno o alegrarse cuando al otro le va mal son los típicos síntomas de la envidia, o lo que es lo mismo, la “antítesis” de quien disfruta ayudando a los demás. Según Álaba, este es pecado capital más extendido en nuestro país.

“La persona envidiosa está permanentemente insatisfecha porque siempre quiere lo que tienen los demás”. El deseo de hacer daño al otro se basa en el odio competitivo y es una de las facetas humanas más tóxicas.

“Cuidado con la fase de conquista: nadie lleva un cartelito de envidioso en la frente. Cuando quieren, pueden ser encantadores”, advierte la psicóloga.

Sed de avaricia

Al avaricioso le encanta presumir de lo que tiene. EFE/GRB

El afán de acaparar riquezas para atesorarlas es propio de quienes tienen miedo al futuro y necesitan aliviar su ansiedad. “Se creen con todos los derechos del mundo y depositan su felicidad en circunstancias externas”, explica Álaba.

La avaricia es otra prueba de que los seres humanos funcionamos por comparación. El matiz es importante: queremos tener más que los demás.

El reto de convivir con un soberbio

Si ya es difícil aguantar a un avaricioso… ¡Qué decir de las personas soberbias! Rara vez admiten sus errores, dominan el arte del menosprecio y buscan alimentar su ego a costa de los demás. En consecuencia, suelen tener problemas en el entorno social.

“Los soberbios no tienen un buen principio de realidad y se consideran por encima de los demás de forma irracional”, matiza Álaba.

Existe un fondo de inseguridad y narcisismo con efectos negativos en la pareja, la familia o los compañeros de trabajo. “Una de las peores cosas que te puede pasar es tener un jefe soberbio”, advierte la experta.

La ira afila sus garras

Dar un puñetazo en la mesa o increpar al otro nos permite canalizar una emoción fuera de control. ¿Qué cosas nos sacan de quicio? La tensión, el estrés o la incapacidad de lograr nuestro objetivo.

Según la psicóloga, el iracundo suele justificar su impulso agresivo echando las culpas a los demás. Al igual que los soberbios, “es una persona que se cree en posesión de la verdad y decide lo que es justo o no es justo

Los “incondicionales” suelen ser la diana del desprecio, los insultos, el acoso o incluso el maltrato físico por parte de quien no sabe neutralizar sus episodios de ira.

La chispa de la lujuria

El impulso sexual nubla la vista del lujurioso. ¿Su prioridad? Obtener placer aquí y ahora. El problema surge cuando ese deseo no es puntual, sino permanente.

“Son egoístas, hedonistas y piensan que tienen derecho a todo. No son capaces de controlar sus emociones”, detalla la psicóloga.

Algunos frutos de la lujuria como el sadomasoquismo o el voyeurismo revisten seriedad cuando ya no podemos entender el sexo sin el fetiche, el daño o la humillación.

Ataque de gula

La gula nos invita a comer en exceso. EFE/GRB

Cuando el apetito se cruza con las emociones, lo mejor es alejarse de la nevera. Los atracones de chocolate y lágrimas tienen su razón de ser: la gula es un mecanismo de defensa ante los problemas y “denota unos niveles de ansiedad disparados”.

Comer de forma compulsiva puede traer alivio inmediato, pero pasa factura en el cuerpo y la mente. El sentimiento de culpa no tardará en aparecer.

¡Qué pereza!

¿Madrugar? ¿Ir al gimnasio? ¿Terminar este reportaje? Mejor mañana. Un perezoso que se precie no quiere ni oír hablar del esfuerzo y se guía por su estado de ánimo a la hora de tomar decisiones.

Para Álaba, “siempre se sienten apáticos y la autoexigencia no va con ellos”. Están encantados de delegar funciones en sus compañeros y buscan cualquier excusa para escaquearse. El egoísmo y la falta de motivación son los rasgos más característicos de la pereza.