¿Provocará la pandemia un futuro con menos besos y abrazos? Todo depende de la evolución del virus y el tiempo que duren las pautas de distanciamiento. Aunque la necesidad de sentir el contacto físico está muy arraigada, el instinto de supervivencia y el miedo son muy poderosos

Hay expertos que apuntan a un abandono total del contacto físico entre desconocidos y también en el entorno laboral y defienden incluso que podrá disminuir en nuestros círculos de confianza.
Otros piensan que a medida que se rebajen las restricciones volveremos al contacto físico todavía con más fuerza, especialmente entre los más allegados.
Para Alicia Martos, psicóloga especializada en comunicación no verbal y analista de los comportamientos ocurridos durante las pandemias, es difícil predecir lo que va a pasar, pero defiende que hay que bucear en el pasado para encontrar algunas pistas de por dónde puede ir el comportamiento humano a este respecto.
En entrevista a EFEsalud explica que hay experiencias previas que nos ayudan a dibujar lo que puede venir: “no hay mejor predictor de las conductas futuras que las conductas pasadas”.
Todo dependerá del tiempo que el virus se quede con nosotros, no es lo mismo que esta pandemia dure seis meses que seis años, apunta Martos, autora del libro “Se hizo el silencio” (Alfar), en el que habla de la psicología en tiempos de pandemia y como sobrevivir emocionalmente a esta situación triste e inesperada.
El factor tiempo es determinante para transformar nuestros sistema social e incluso nuestra estructura cerebral a la hora de comunicarnos, relacionarnos… ” todos estos cambios profundos necesitan de tiempo”.
Y como parece que la pandemia se va a quedar más tiempo del que pensábamos, si puede ser que en un futuro se produzcan algunos cambios que sean relativamente permanentes por lo menos para las generaciones presentes.
“Según estudios publicados sobre crisis sanitarias pasadas (peste bubónica, pandemia de la gripe..), generalmente se produce un efecto rebote entre personas del círculo más íntimo”.
Es decir, en los círculos más cercanos “sí que probablemente la gente se abrace y bese más”.
Para apoyar esta tesis Martos se apoya, entre otros, en el libro “No mires, no toques, no comas”, en el que su autora, Val Curtis, argumenta que la razón por la que los apretones de manos y los besos en las mejillas han perdurado como forma de saludo es porque indican que la otra persona es de la confianza suficiente como para que nos arriesguemos a compartir sus gérmenes.
Pandemia: un futuro más frío para los desconocidos
Con los desconocidos puede ser otro cantar.
“Porque este tipo de acontecimientos aumenta la parte de percepción de peligro frente a personas menos cercanas y seguramente guardaremos más las distancias, quizá los dos besos o la mano no los volvamos a dar tan alegremente como hasta ahora”, pronostica.
Además, afirma Martos, nos hacemos más duros a la hora de juzgar a los otros y al tener la cara tapada se empatiza menos “porque no reconocemos sus facciones, y parece como que los desdibujamos”.
“La cara para los humanos es muy importante y completar el rostro en cuanto a emociones es muy necesario para concretar y empatizar y la mascarilla lo está limitando bastante”, señala.
Este caldo de cultivo poco empático se ve reforzado por el miedo al contagio: “Se trata del miedo por la supervivencia, que es el más poderoso que se puede sentir”.
Según la psicóloga, un buen apretón de manos entre desconocidos o personas menos allegadas facilita la comunicación y el diálogo.
“Los saludos juegan un papel importante como vínculo solidario, convirtiéndose en un símbolo de fraternidad entre todos, y sin ellos el mundo se proyecta más intolerante, incluso sospechoso”.
Hay estudios que explican los resultados de un simple apretón de manos.
“Por ejemplo en la relación médico-paciente está comprobado que un simple apretón de manos o un toque leve en el brazo, lleva a que los pacientes, en un porcentaje mucho mayor, sigan a rajatabla el tratamiento prescrito”, resalta.
A través del contacto físico, refiere, se favorece la ayuda, la influencia, el compromiso, y esto es debido a que produce un cambio en nuestro cerebro.
Para Martos enfrentar la paradoja de evitar un abrazo cuando más lo necesitamos es uno de los mayores retos a los que tendremos que enfrentarnos hasta que la alarma ya no sea necesaria, y aún así costará retomar estas costumbres, especialmente con los más desconocidos.

Otros lenguajes afectivos
“Y es posible que si esto se alarga aprendamos a desarrollar más el lenguaje visual o que tengamos que aprender a desenvolver un lenguaje más emocional para compensar la falta de besos y abrazos”, considera.
En España, anota, somos una sociedad muy acostumbrada a transmitir los sentimientos a través del contacto físico, pero no verbal, nos cuesta más, por ejemplo, decir la palabra te quiero.
“Nos da más vergüenza, más reparo, tenemos un lenguaje más neutral y si embargo somos más afectivos en el contacto físico”, expone.
Y ahora con la pandemia y de cara al futuro “puede que nos tengamos que plantear darle una vuelta a estas costumbres afectivas”, concluye.
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