La historia del parto es tan antigua como la de la humanidad. Pero… ¿Las mujeres en el Paleolítico parían igual que ahora? ¿Entonces lo hacían solas o acompañadas? ¿Qué creencias rodeaban el momento de dar a luz? Recorremos los principales hitos en la historia del parto, un descenso continuo de las tasas de mortalidad

Hace pocos días tuvo lugar una sesión científica, bajo el título de “Historia del parto”, en la Real Academia de Medicina, donde se realizó un recorrido por la evolución de la obstetricia, el parto e incluso la analgesia y anestesia.
Los expertos José Antonio Clavero Núñez, Manuel Escudero Fernández y Juan Luis Arsuaga fueron los encargados de guiar el viaje por la historia y el alumbramiento. Enfoque médico y antropológico.
Esta iniciativa, que ha contado con la colaboración de Asisa, se complementa con una exposición en la sede de la Real Academia de Medicina (calle Arrieta 12 de Madrid) hasta el 7 de abril.
Y es que nada tiene que ver parir ahora que haber parido en el Paleolítico, en la Antigua Roma o en el siglo XVIII. La obstetricia y el “Arte de Partear” han ido evolucionando hasta conseguir reducir drásticamente la tasa de mortalidad de madres e hijos.
Hablamos, entre otras cosas, del momento del parto, llamado así porque efectivamente, la mujer se parte en dos seres: por un lado el recién nacido y por otro el tronco principal: la madre.
Historia de la obstetricia, una larga evolución
El doctor y Académico José Antonio Clavero Núñez se ocupó de hablar sobre la historia de la obstetricia, dando un paseo por la aparición y evolución de esta rama de la medicina que puede resumirse así:
Mujer primitiva.
Todo parece apuntar a que las mujeres primitivas parían solas, pues la mayoría de investigadores “se inclinan por la teoría de que se retiraba a un lugar solitario para dar a luz, probablemente en cuclillas, sin la presencia de nadie”, señaló el doctor Clavero durante su intervención.
Antiguo Egipto, Grecia, Roma.

En cada cultura y momento de la historia, en cada papiro y escrito griego, se han dado consejos sobre cómo afrontar el parto de forma menos dolorosa, aunque sólo valiera la intención en ello, pues los resultados eran muchas veces peores.
Así es incluso el caso de del tratado del llamado padre de la obstetricia (Sorano de Efeso, año 98-138 d.c.) titulado “El arte obstétrico en el que al menos se reconocía que no es necesario ser madre para ser matrona”, señala el experto, añadiendo que “ya entonces se había establecido esa profesión, y generalmente no eran gratuitos sus servicios, motivo por el que muchas mujeres prescindían de él”.
Renacimiento.
Esta época marca el inicio de la medicina científica, y en Francia se desarrolla el Arte de Partear.
Las matronas “monopolizaron la asistencia obstétrica hasta el siglo XVIII”, surgiendo grandes personajes como Louise Baugeois (1.513), “que adquirió tanta fama que fue nombrada Matrona de la Corte de Enrique IV y asistió a María de Médicis en el parto del que nació Louis XIII”.
Siglo XVIII.
Con este siglo vienen los médicos parteros, reclamados cuando era necesario intervenir quirúrgicamente. Entre ellos destaca Jean Louis Baudelocque, creador del pelvímetro, además de otras aportaciones y maniobras que incluso se utilizan hoy día.
A pesar de los avances, las hemorragias e infecciones puerperales en el parto hacían que la mortalidad materna fuera muy elevada, a lo que había que añadir la mortalidad durante la gestación.
Siglo XIX

Grandes avances hicieron que la mortalidad disminuyera. Es necesario mencionar a Semmelweis, “que sentó las bases de la asepsia”, explicó el experto. Los resultados de estas medidas de higiene fueron que “la fiebre puerperal casi desapareció en Viena”, siendo un gran hito en la lucha contra las infecciones.
También por estas fechas Louis Pasteur, descubrió el bacilo causante de la fiebre puerperal. Y poco a poco se introdujo el uso de los guantes de goma, entre otros avances que mejoraron notablemente la cirugía.
Siglo XX.
Con los avances citados, “la mortalidad materna a principios del siglo pasado había descendido a tasas increíbles para entonces, solo era del 0,5% (a principios del siglo XIX era del 86%). En 1.937 bajó al 0,1% siendo la hemorragia la causa más frecuente”, subrayó el especialista. Pero gracias a Fleming y el descubrimiento de la penicilina, la cesárea (la tarea pendiente por superar) se convirtió en una operación de bajo riesgo, además de que ya no era necesario decidir entre madre e hijo.
“La vida fetal empezó a tener importancia en todo el mundo y la mortalidad materna ha ido descendido hasta el 6/100.000 niños nacidos vivos, en tiempos recientes”, indicó el doctor.
Controlada la mortalidad materna, aumenta el interés hacia la vida del feto, dándose numerosos avances que permitían evaluar su estado y realizar diagnósticos de padecimientos fetales.
Actualidad.
Como consecuencia de todos estos avances en las técnicas y diagnósticos, “el feto se considera un paciente como lo es la madre, y ambos deben ser estudiados y tratados a través de la medicina perinatal”. Aunque, tal y como indicó el Académico durante su conferencia, esta medicina debe ampliarse “si queremos terminar con las lacras que nos quedan tanto en la mortalidad como en la morbilidad fetales”.
¿Qué diferencia nuestra especie?
El parto de un ser humano nada tiene que ver con el de, por ejemplo, un chimpancé. El paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga, del equipo de investigación de los yacimientos de Atapuerca, explicó durante su intervención como ponente invitado que, en el contexto del parto, lo que nos diferencia del resto de especies es el canal del parto. “El canal del parto es el mismo en todos los mamíferos, recto, pero en nosotros es doblado y retorcido”. Algo que hace más difícil la expulsión del feto.

Pero…¿Por qué el nuestro es diferente y, por tanto, el parto más doloroso? La respuesta está en el llamado conflicto obstétrico, cuando en la evolución se producen presiones de selección de signo contrario y al final se llega a un arreglo: el equilibrio entre presiones de carácter biomecánico, que favorecen la locomoción bípeda, y presiones de selección que favorecen el desarrollo del cerebro. Es decir, el conflicto pélvico-cerebral”.
Y es que, “somos la especie caminante y esto se consigue estrechando el cilindro del canal del parto (y la longitud del fémur)”. Así, por ejemplo, el canal del parto y la trayectoria de un chimpancé es recta, mientras que en nuestra especie es en ángulo recto.
Las consecuencias son, como indica Arsuaga, “que el niño se pregunte ¿Cómo salgo de aquí?, mientras que la madre se pregunta ¿Qué he hecho para merecer esto?”.
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