Podemos escribir, sin temor a equivocarnos, que la minería y la neumología son dos profesiones análogas: los mineros bajan al pozo a extraer, a mano, a pico y a pala, el negro carbón del interior de la tierra para darnos energía; los neumólogos exploran el sistema respiratorio con fonendoscopios, radiografías y espirómetros para llevar más aire al pulmón de los fumadores y, de paso, deshollinar el negro alquitrán que estruja su vitalidad
Viaje al centro de la epoc
Pero no terminan ahí las similitudes, al menos para la doctora Tamara Alonso Pérez, neumóloga del Hospital Universitario de La Princesa de Madrid. Su abuelo era minero, de León. Fumaba mucho y “tosía, tosía y tosía“, le contaba su madre. Murió con apenas 54 años de edad; se lo llevó un cáncer de pulmón en pocos meses. Esta vez, la silicosis nada tuvo que ver. Fue el humo asesino del tabaco.
Tamara no llegó a conocer a su abuelo, pero desde muy pequeña escuchó y escuchó aquellas palabras afligidas… tosía, tosía y tosía… las tiene grabadas en el alma, como su madre; y quizá fue por su origen leonés, o por su largo historial de familiares mineros, o porque su padre dejó de fumar por amor a su mujer, lo que la hizo ser médico y así “devolver a los enfermos la respiración perdida“.
Su jefe en La Princesa es, nada menos, que el doctor Julio Ancochea, un neumólogo que dirige su equipo médico hacia la lucha diaria contra los efectos devastadores de la enfermedad pulmonar obstructiva crónica (epoc), patología que retiene el aire en los lóbulos del pulmón y destruye poco a poco los bronquios, los bronquiolos y los alveolos; algo semejante al efecto nocivo del polvo de carbón o de los gases que se ocultan en las galerías de una mina.
La desfiguración de la epoc
El tabaco no es una enfermedad, pero sí es un hábito que te lleva a la enfermedad. Y como es adictivo, factor fundamental en la epoc, en el cáncer y en otras muchas calamidades, se suele banalizar. De ahí que se convierta en una enfermedad crónica. El tabaquismo es la principal causa de mortalidad y morbilidad en el mundo.
“La epoc es muy llamativa. En una radiografía vemos el tórax hiperinsuflado, con una morfología anormal. El espacio que tenemos detrás del esternón aparece aumentado y se observa un aplanamiento diafragmático. El paciente atrapa aire y, probablemente, tiene algún grado pernicioso de obstrucción respiratoria”, expone la doctora Alonso.


La epoc genera dos fenotipos de pacientes muy comunes: el bronquítico, tosedor crónico que expectora; y el enfisematoso, al que le falta el aire y se fatiga.
El paciente bronquítico es de complexión gruesa, con sobrepeso u obesidad y más vitalidad. En ocasiones muestra signos cianóticos por insuficiencia respiratoria. Se caracteriza por tener el rostro ardiente, latidos del corazón enérgicos, respiración oprimida, abundantes sudores y orina muy encendida. Padecen cefalalgia -dolor de cabeza-, zumbido de oídos -acúfenos-, hemorragias o congestiones sanguíneas locales.
El paciente enfisematoso, en cambio, es enjuto, caquéctico; con una masa corporal muy por debajo de lo normal a pesar de que no se haya propuesto perder peso de forma activa. Sufre atrofia muscular y debilidad. No suele toser ni expectorar. Su clave está en la disnea y en la consiguiente fatiga.
“Es un problema impresionante para ellos. No son pacientes que agudicen tanto como los bronquíticos. No tienen tantas infecciones o no consultan tanto porque empeora su esputo o sus flemas sean más verdes. No tienen fiebre. No vienen al hospital para remediar estos síntomas o porque necesiten tal o cual antibiótico. Su problema es la falta de aire que dificulta muchísimo su vida diaria”, dice la neumóloga.
Cuando los pacientes con epoc entran en la consulta y se sientan al otro lado de la mesa, los médicos se fijan en todos los detalles.
“Simplemente mirándoles se advierten los estragos del humo en su cuerpo. El pelo suele estar ralo, desnutrido; su piel y sus mucosas secas, sobre todo en los enfisematosos; tienen estigmas del tabaco en las uñas y en los labios… pueden sufrir acropaquia en los dedos -extremos en forma de palillo de tambor-, y conviven cada segundo de sus vidas con niveles de oxígeno muy por debajo de lo normal“, describe.
“Las personas se acostumbran a sus estados patológicos -continúa- y no son conscientes, incluso, de que tienen una gran dificultad para respirar. Llevan tiempo adaptados al habla entrecortada o a la desmejora de su aspecto físico. Para ellos, el trecho que tienen que recorrer en un pequeño pasillo es un largo y fatigoso camino que mortifica a sus piernas”.
La afonía de la epoc
Tamara Alonso toca el piano y le chifla toda la música, especialmente la clásica… resopla por Mozart y Beethoven. Y quizá también por esto se especializó en neumología. Tiene en gran estima el compás y escucha con su refinado oído, y su fonendoscopio, el murmullo vesicular, el paso del aire suave y armónico de la respiración; sonidos que se distorsionan con la epoc.
“Las sibilancias de estos pacientes me recuerdan a las notas musicales de los instrumentos de viento. Sus soniquetes se podrían asociar a la flauta y al flautín, aunque se pueden escuchar ruidos y silencios, más aún si aparece una exacerbación o están hospitalizados”, nos susurra en su consulta.

Cuando la epoc es enfisematosa se escucha muy poco o casi nada. Es una especie de atenuación que se llama hipofonesis.
“El paciente coge y suelta aire… coge y suelta aire… y en vez de escuchar cómo entra y sale con normalidad, solo notas cómo pasa el aire muy sutilmente, a pesar del gran esfuerzo del enfermo”, señala.
Si este tipo de paciente tiene broncoespasmo, una obstrucción importante en el contexto de una infección respiratoria, se oyen los silbidos que ofrece el aire ante la dificultad de atravesar su vía respiratoria.
“Los diferentes pitos indican el nivel de gravedad. Si escuchas sibilancias dispersas en todos los campos pulmonares, ya sea en el superior derecho como en el lóbulo inferior izquierdo, sabes que tienes que emplear un tratamiento broncodilatador intenso además de antiinflamatorios“, asegura.
Cuando la epoc es bronquítica los sonidos son más inespecíficos.
“A veces son como ronquidos… ruidos de secreción en el árbol respiratorio, más rudos; más graves. Es un sonido de timbre más bajo, muy diferente por las secreciones que se acumulan en las vías respiratorias. Los sonidos cambian al ritmo de los movimientos de las secreciones, al ritmo de la expectoración”, evidencia.
Para la doctora Alonso, los pitos y las sibilancias en el pecho deberían ser alertas muy serias para los oídos de los fumadores o de los que han dejado de fumar. Esquivar al neumólogo elevando el volumen de la “tele”, de la radio o de la ipod, no va a silenciar el runrún de la epoc.
La sombría epoc
Al inhalar el humo del cigarrillo introducimos en nuestro organismo al menos 70 sustancias tóxicas y adictivas, entre las que destacan el benceno, el arsénico, la nicotina o el alquitrán, sustancia pegajosa que se deposita en los pulmones.
“Cuando se analiza el sistema respiratorio al microscopio observas cómo y cuánto afectan estos depósitos a todas sus estructuras, desde los labios de la boca hasta el espacio intersticial entre el alveolo y los capilares. He llegado a ver bronquios con su estructura totalmente inflamada y desestructurada; ni siquiera conservaban su color natural”, reseña.
Como residente de tercer año, la doctora Alonso asiste a sus compañeros de cirugía torácica durante las guardias hospitalarias.
“Ves el pulmón encima de la mesa de operaciones. La superficie está recubierta de materiales negruzcos… es muy impactante. En vez de admirar un órgano rosado, con aspecto sano, de un color vivo y saludable, te asombras con las sustancias tóxicas que engloban todo el tejido pulmonar”, destaca.


El tejido pulmonar no se puede regenerar. La epoc, como el cáncer de pulmón, no es reversible. Solo se puede modificar su curso si se abandona definitivamente el hábito tabáquico. Aún así, la obstrucción no desaparecerá.
“Todas las personas pierden capacidad pulmonar por la vejez, pero un fumador, en la misma situación de edad, duplica o triplica la caída de la función pulmonar. Si el enfermo deja el tabaco, si se toma los medicamentos, si cumple con la rehabilitación respiratoria, si realiza el ejercicio físico diario recomendado… la epoc progresará de forma diferente, algo que representa un gran paso contra la enfermedad”, razona la neumóloga.
En cambio, si el fumador todavía no padece epoc, solo es un candidato a la enfermedad por su enfermizo hábito tabáquico. Cuando deje de fumar podrá igualar su función pulmonar a la de una persona no fumadora en pocos años.

“Si dejas de fumar, a los tres meses comienzan a desaparecer los síntomas respiratorios. El riesgo cerebrovascular y otros se igualan a los cinco años. El peligro del cáncer o la enfermedad cardiovascular sobre los quince. El alquitrán y los efectos colaterales van desapareciendo paulatinamente gracias al sistema inmunológico”, nos cuenta.
No todos los fumadores desarrollan epoc, entre un 20% y un 30%, y pudiera ser que un gran fumador, asintomático, padeciera la enfermedad de golpe; pero si quieres que no te pille la epoc por sorpresa, como el grisú a los mineros, a pesar del sacrificio de sus pajaritos enjaulados, más vale que te hagas un diagnóstico precoz con una simple espirometría.
El infradiagnóstico sobrepasa de largo el 70% de la población fumadora, un dato muy relevante para la sanidad pública española, ya que el tratamiento de un paciente con epoc cuesta cerca de 27.000 euros al año.
A veces, los síntomas respiratorios de la epoc se solapan con los síntomas de un fumador sin epoc.
“Ambos pueden toser y expectorar, lo que retarda el diagnóstico. La fatiga sería el primer signo diferenciador, algo que obligaría al fumador a preguntarse por su salud. La edad avanzada también enmascara la enfermedad pulmonar obstructiva crónica”, resalta la especialista.
El trabajo de los neumólogos, de todo el sistema sanitario, trata de concienciar a la población fumadora de que la epoc es una enfermedad propia del tabaquismo y que sus síntomas, por mucho que se camuflen, no se pueden disimular cerrando solo la boca, como quien sella los pozos de una cuenca minera.
La madre de Tamara “tiene aversión al tabaco”, que se simbolizada en el recuerdo de la tos paterna. Nunca más quiso volver a vivir esa experiencia. Y quizá por eso la doctora Alonso Pérez no fuma y se hizo neumóloga. Su vida, seguro, será una vida sin tabaco.
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