La COVID-19 paró el mundo, pero no lo hizo del todo. Muchos trabajadores siguieron con su labor y, además, en primera línea de pandemia. Desde sanitarios o directores de residencia, hasta profesores y limpiadores. Todos ellos nos cuentan cómo han vivido esta crisis sanitaria desde sus puestos de trabajo

Experiencias en primera línea de pandemia
Una sanitaria se coloca la mascarilla para trabajar en la Unidad de Cuidados Intensivos en plena pandemia/EFE/EPA/MASSIMO PERCOSSI

Durante los primeros meses de pandemia, muchos trabajadores no tuvieron tiempo de pararse a pensar en lo que estaban viviendo, ni siquiera de “darse el lujo” de sentir tristeza por ello.

Con incertidumbre, desconcierto y una alta carga de responsabilidad sobre sus hombros, no tuvieron otra opción que acatar las normas de seguridad y seguir hacia adelante.

En esa primera fase de impacto, como habría pasado en cualquier otra crisis, íbamos como pollos sin cabeza“, asegura Jesús Linares, psicólogo sanitario y de emergencias del Colegio General de Psicología de Madrid.

Sin embargo, ¿qué ha pasado cuando todo se ha estabilizado?

Los trastornos de ansiedad, depresión, alimenticios y, sobre todo, de estrés postraumático han colmado una situación de caos en la que nos hemos visto inmersos a lo largo de 2020 y, seguramente, en este 2021, como indican los expertos.

Los niveles de estrés nos mantuvieron activos y alerta durante demasiados días. Lo peor ha sido después, cuando la carga asistencial disminuyó. Ya pudimos empezar a reflexionar sobre lo ocurrido y, más que decir ‘no puedo más’, es querer seguir y verse incapaz“, explica la doctora Iria Miguéns Blanco, responsable de SEMES MIR y MUEjeres.

Una vez que los profesionales pudieron bajar la guardia, fue entonces cuando pudieron “permitirse expresar la emoción”. Según Linares, entre junio y julio, se empezaron a reflejar casos relacionados con la profunda tristeza y sintomatología de depresión total.

Solo de pensar en volver a pasar por la misma situación que se vivió en marzo, algunos trabajadores “empiezan a sudar, se marean y tienen un ataque de ansiedad o pánico”.

Un camino que no ha sido de rosas, ni mucho menos, según las experiencias de aquellos que han trabajado próximos al virus.

Un escenario de terror

El mundo se paró, pero no del todo. Muchos trabajadores no dejaron de ejercer su labor, aunque la COVID-19 hubiese llegado a España.

Las sensaciones eran muy abstractas, hasta el día que supimos que estaba aquí. Ese día sentimos miedo, sin excepción“, recuerda la doctora Blanco.

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La doctora Iria Miguéns Blanco, responsable de SEMES MIR y MUEjeres/EFE/SEMES MIR

A partir de entonces, los hospitales se asemejaron más a una primera residencia para los sanitarios, donde reinaba el estrés y el caos en cada una de sus estancias.

Vimos como nuestros hospitales, en los que vivimos más horas que en nuestras propias casas, se habían convertido en un escenario de verdadero terror“, rememora.

De un día para otro, los trabajadores tuvieron que tratar una nueva enfermedad, sin un conocimiento previo, pero no de la misma manera que habían hecho con otras, sino alejados de sus pacientes a través de un traje, más similar al de un astronauta.

Es difícil trabajar con el equipo de protección individual (EPI). El sentido de protección va más allá de la transmisión del virus, pero por otra parte me veo muy lejos del paciente… No estábamos preparadas para trabajar así“, confiesa la doctora Blanco, quien todavía recuerda “la sensación de que todo se iba a acabar ahí, fuese cuál fuese el escenario”.

Meses más tarde, con la bajada de contagios, muchos sanitarios sintieron desconcierto al ver florecer emociones que, según ellos, no tendrían por qué hacerlo “si todo ya había pasado”.

En momentos en los que no debía de mantener el ritmo a niveles tan exigentes sentí desconcierto, miedo, y echaba de menos a mi familia. El cansancio y el no haber tenido tiempo para asimilar todo lo ocurrido ha desembocado en ansiedad, insomnio, anhedonia. Las secuelas son brutales“.

En esos momentos, en los que los sanitarios pudieron mirar dese una visión más superficial, fuera del caos que invadió los hospitales, evocan en la doctora Blanco recuerdos ya silenciados.

Es curioso cómo ahora, recordando esos primeros meses, me vienen a la mente en absoluto silencio. Un caos sin gritos, ni voces….sólo silencio. Multitudes de pacientes, tristeza, caras de desesperación y necesidad de ayuda dentro de los hospitales“, recrea.

El precio a pagar por esta circunstancia llena de incertidumbre, asegura Iria Miguéns Blanco, “es muy caro, son nuestras vidas”.

Llegar a casa llorando

La epidemia ha llevado al límite a muchos ciudadanos y ha sometido a los trabajadores a vivir escenas que “parecían sacadas de una película de terror”.

José Ramón Barrigüete, dueño de La Escoba Roja, empresa de limpieza de viviendas, se remonta a los primeros meses de pandemia, cuando la gente empezó a fallecer más rápido de lo que podían actuar las empresas mortuorias.

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Tamara González López, limpiadora en La Escoba Roja/EFE/Tamara González

Entramos a una casa para desinfectar y, en una de las habitaciones, todavía estaba el cadáver. Tardaban tanto en venir a recogerlo que tuvimos que trabajar sabiendo que había un fallecido en la casa“, explica Barrigüete.

Era la incertidumbre y el miedo que evocaba en los profesionales la responsable de que trabajadoras como Tamara González López llegase llorando a su casa cada día.

La primera vez que tuve que ir a desinfectar con el tema del coronavirus, me intenté inventar una historia para no ir. Tenía mucho miedo. Pensaba que lo iba a coger y me iba a morir“, relata Tamara González, limpiadora en La Escoba Roja.

Trabajar tan próxima al virus hizo que Tamara decidiese separarse de sus hijas durante dos meses, con tal de “mantenerlas a salvo”.

Me pasé dos meses enteros viendo a mis hijas a través de una ventana. Después de trabajar iba hasta la casa de mi madre, me bajaba del coche y las veía desde la calle“, recuerda.

Sentimiento de culpa

La culpa es probablemente, comenta el psicólogo, uno de los constructos en el terreno de la psicología más difícil de manejar y uno de los más abundantes durante la pandemia.

Algunas personas han experimentado este sentimiento en situaciones en las que se creía que podrían haber hecho mucho más de lo que hicieron por otra persona, en esta ocasión, por un paciente.

Es el caso del mismo psicólogo Jesús Linares, quien también cuenta cómo ha sido tratar, día tras día, decenas de vivencias que le acercaban más a la realidad de la COVID-19.

He llegado a vivir situaciones en las que entraba a mi casa y tenía que salir a la calle a dar vueltas, sentarme en una calle y ponerme a llorar“, confiesa.

Tomar decisiones que repercuten en la vida de otros ha sido, también, un desencadenante principal de este sentimiento.

Una médica encargada de entubar a los pacientes, por ejemplo, me llamó y estuvo 20 minutos llorando. Hasta que sacó las fuerzas para decirme que acababa de mandar a planta a una persona de su edad que, probablemente, iba a morir porque en la UCI no quedaban respiradores“, rememora Linares.

La sanitaria, según recuerda el psicólogo, empatizó con aquella paciente hasta el punto de imaginarse que moriría por su culpa, dejando, seguramente, a una familia.

Reacciones normales a una pandemia

Donde algunos ciudadanos pueden ver una reacción preocupante, el psicólogo habla de sentimientos normales ante una crisis sanitaria de este calibre.

El psicólogo, también coordinador del máster de psicología sanitaria del la Universidad Europea de Madrid, expone el caso de dos sanitarias que, sin conocerse, tuvieron la misma reacción ante esta situación: ambas decidieron escribir una carta de despedida a sus familias a pesar de no tener la enfermedad.

“Estaban viendo morir a compañeros. Eran momentos en los que estaban empezando a contagiarse los sanitarios, a fallecer o a estar ingresados muy graves en una UCI, entubados. Ese toque de realidad hizo que esas dos sanitarias pensaran que iban a morir“.

Me llamaron -señala- para decirme que se estaban volviendo locas porque estaban redactando una carta de despedida a sus hijas, a su marido… Y era lógico que escribiendo esa carta se quedasen más tranquilas“.

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Jesús Linares, psicólogo sanitario y de emergencias y miembro del Colegio General de Psicólogos de España/EFE/Jesús Linares

Durante los meses más intensos de la pandemia, se llegó, incluso, a verbalizar pensamientos suicidas entre algunos profesionales. Como fue el caso de un director de residencias de Madrid, quien tuvo que llamar a 23 familias en una semana para comunicar que uno de sus familiares había fallecido por COVID.

Me decía que preferiría ser él el que estuviese muerto. Y no es para menos. Fue una situación tan dura para la que no estábamos preparados”, apunta Linares.

“Ha habido sanitarios que comunicaban la muerte de un ser querido a sus familiares 40 horas más tarde de la defunción, porque no tenían tiempo. Tener que dar una noticia así, colgar y dar otra igual, impacta de una manera brutal“.

Recursos para unos pocos

No atendieron a pacientes COVID, ni tampoco se encargaron de desinfectar habitaciones de positivos, pero sí han tenido que vérselas con un cambio paradigmático al que se enfrentaron sin recursos ni directrices.

Juan Antonio Bravo, profesor en el instituto Torre Atalaya (Málaga), rememora los primeros días como “un primer momento de desconcierto y miedo”, en los que la preocupación de los profesores se enfocaba en cómo impartir las clases, “sin la ayuda adecuada por parte de la Administración educativa”.

Ha habido profesores que son de riesgo y podrían haber estado ejerciendo una labor de enseñanza a distancia, pero la administración no les ha ofrecido esa oportunidad“.

A temperaturas casi gélidas, con ventanas abiertas y sin recursos, muchos profesores malagueños se vieron obligados “a sacarse ellos mismos las castañas del fuego para dar una enseñanza de calidad”.

Hemos sido los profesores quienes hemos aportado el material, de nuestro bolsillo. Y, el que ha llegado en noviembre, no ha alcanzado para todo el personal. Hablamos de ordenadores e, incluso, de mascarillas“, denuncia Bravo.

Al descubierto

Los expertos hablan de una “burbuja idílica” en la que vivían muchos ciudadanos y que, con la llegada del COVID-19, ha estallado.

“Creíamos que teníamos una magnífica sanidad, que disponíamos de recursos infinitos y de que lo habíamos vivido casi todo. Esa burbuja se rompió y nosotros con ella“, argumenta la doctora Miguéns Blanco.

Ahora, la forma de trabajar y sobre todo de vivir ha cambiado para todos en este último año.

Ya no somos los mismos. Ya no podemos trabajar igual por motivos profesionales, pero sobre todo emocionales. Esto nos ha cambiado a todos“, sentencia la doctora Iria Miguéns Blanco.