Con récord de sanitarios infectados, que, lejos de disminuir, aumentan cada día, más de 35.000, son muchos los enfermeros y enfermeras que se están dejando la piel para luchar contra la pandemia. Diario Enfermero sigue mostrando, a través de sus testimonios, el compromiso y la valentía de estos profesionales que siguen #EnPrimeraLíneaDelCoronavirus más de un mes después del inicio de la crisis

Por todos es sabido el compromiso de la enfermería ante la situación excepcional que estamos viviendo, llegando incluso a arriesgar su salud y su vida por atender a los pacientes afectados.
Docenas de profesionales sanitarios han muerto en su combate contra la epidemia, y la desprotección que viven por parte del Gobierno, y su incapacidad para suministrarles material seguro y de calidad para evitar los contagios, ha llevado, tanto al Consejo General de Médicos como de Enfermería, a querellarse contra el Ejecutivo. Mas del 15 por ciento de todos los contagiados en España son sanitarios.
Bajo el hastag #EnPrimeraLíneaDelCoronavirus, el periódico digital Diario Enfermero sigue dando voz al colectivo en estos duros momentos.
EFEsalud ha recogido algunos de sus testimonios, después de más de un mes al pie del cañón, que pueden leerse al completo en su página web.
“Estos días me iba llorando en mi coche”
“Estos días han sido caóticos. Los primeros fueron un auténtico horror. Hacíamos enfermería de supervivencia adaptándonos lo más rápido posible, con mucha carga de trabajo, tanto físico y mental. Yo volvía a casa llorando en el coche por todo lo que había vivido en mi turno”, asegura Porfirio Córdoba, enfermero del Hospital Puerta de Hierro de Madrid.
Para él lo más difícil es “la sensación de que no puedes hacer más, que, aunque quieras, no llegas. También es muy duro el desconocimiento a una enfermedad, a su evolución, a cómo de un día para otro un paciente empeora clínicamente de forma muy notable, y de cómo los tratamientos y pruebas complementarias de un día para otro han cambiado de protocolo, y lo que ayer valía hoy no”.

“Intentamos salvar a los pacientes, pero sin poder abarcar a la persona”
Lola Ortega es enfermera de Urgencias en el Hospital Severo Ochoa de Leganés (Madrid).
Para ella, que vivió muy de cerca la llegada y masificación del hospital, lo más duro ha sido no poder ayudar a todas las personas tal y como se merecían. “Intentamos salvar a los pacientes, pero sin abarcar a la persona; trabajábamos sin ver lo que había detrás y eso en nuestra profesión es superimportante.
Lola recuerda una primera noche donde todos los pacientes que llegaban eran personas mayores con la misma sintomatología.
“Recuerdo mirarlos y sentir una sensación de tristeza y desolación. No podíamos atenderlos de manera adecuada, solo veíamos a personas que se estaban ahogando y que, en otros momentos, hubiesen entrado a la emergencia, pero ahora estaban en los pasillos y no podíamos hacer más. Te sientes muy pequeño y triste, solo quieres gritar para que te ayuden, pero nadie está ahí porque los demás compañeros están en la misma situación”, explica.

“Estando nosotras ningún paciente morirá solo”
Gloria Rollán, enfermera de la UCI del Hospital Fundación Alcorcón de Madrid, fue de las primeras enfermeras en dar positivo por COVID-19. En su caso, no tardaron mucho en hacerle la prueba. “Tuve síntomas un viernes y a la mañana siguiente me hicieron la prueba. El resultado estuvo esa misma noche y me llamaron para darme el positivo”, explica.
Ya ha vuelto al hospital tras haber dado negativo en COVID-19, y coincide con muchos compañeros es que la soledad de los pacientes es lo más duro.
“Hace unos días viví una experiencia bastante complicada. Un paciente estaba a punto de fallecer y llamamos a su familia para que vinieran a despedirse. No podíamos dejarles entrar en la habitación a tocar a su padre, pero sí pudieron verle y transmitirle todo su amor desde la puerta. Tras irse la familia yo me quedé a su lado, le di la mano y le dije que mientras nosotras estuviéramos ahí nadie iba a morir solo. Le dije que se fuera tranquilo y no le solté hasta que falleció. Esto es lo más duro de nuestro trabajo”, sostiene.

“He llorado más en estas semanas desde casa que en 18 años de profesión”
Tras 18 años trabajando de enfermera en la sanidad pública, Lourdes Ibáñez reconoce que jamás había llorado tanto. Todo ha cambiado en las últimas semanas y ella fue de las primeras en vivir de cerca esta crisis de la que ha sido doblemente protagonista; 24 horas antes de que el Gobierno decretase el estado de alarma dio positivo en COVID-19.
Tras 20 días de baja ha podido reincorporarse. “Suelo estar en triaje y allí es donde primero recibimos al paciente. Al principio, sin saber lo que pasaba porque nos dijeron que iba a ser como una gripe, estuve respirando todas las toses sin protección y a los pocos días empecé yo con síntomas. Me dieron la baja porque me puse mala yo y mi hijo de 13 meses también, pero en el hospital había compañeros trabajando con síntomas y sin la baja”, cuenta Lourdes.
Durante las casi tres semanas de baja, critica que no le han llamado desde el hospital para preguntarle cómo estaba. “No se han preocupado por nosotros y he estado 20 días sin seguimiento de mi centro de trabajo, solo me llamaba mi médico de cabecera”, subraya.
Y lo más duro de esto que se está viviendo, aparte de la dejadez de los responsables del hospital, para ella es la situación que tienen muchos de los pacientes.
“Es muy duro estar solo sin saber lo que te va a pasar en un pasillo y ver como en una tarde pasan cinco personas en camilla tapadas con una sábana”.

“Es impresionante la de gente que llama ofreciendo ayuda o recursos”
Josefina Martínez es una enfermera jubilada desde hace dos años y medio. Hasta entonces trabajaba en el Hospital San Pedro de Logroño (La Rioja) donde pasó por distintas unidades. Cuando toda la crisis del coronavirus comenzó, no dudó ni un momento en ofrecerse como voluntaria.
«Me puse en contacto con la directora de enfermería del hospital y me ofrecí para ayudar en lo que fuese, teniendo en cuenta que soy personal de riesgo y jubilada. Al día siguiente me llamaron y me ofrecieron organizar las donaciones”, explica.
“Había señoras, por ejemplo, que nos comentaban que tenían telas para hacer mascarillas y tuve que explicarles que el agradecimiento era inmenso pero que sólo se podían hacer con el procedimiento adecuado. Hubo una que, como a todo le decía que no, se ofreció hasta a enviarnos rosquillas; es admirable el compromiso de la gente“, señala.

“Lo más duro en mi planta es no conocer exactamente cómo evoluciona la enfermedad en los niños”
Patricia Salazar es enfermera y trabaja en la planta que ha habilitado el Hospital La Paz de Madrid para pacientes pediátricos con COVID-19.
Aunque es cierto que la mayoría de los niños pasan la enfermedad asintomáticos o simplemente con fiebre e irritabilidad, todavía es poca la evidencia que existe sobre esto. Por ese motivo, algunos menores con patología previa son ingresados para tenerlos controlados y vigilar que su enfermedad no empeore.
“Si ya es estresante para los padres el ingreso de un niño en situaciones normales, aquí es mucho más complicado. Es el único sitio del hospital en el que puede haber alguien con él las 24 horas, pero esa persona tiene que quedarse todo el ingreso, no puede haber entradas y salidas. Esto produce bastante ansiedad, sobre todo en el que se queda fuera”, señala Patricia.
Además, a esto se suma que quien se queda muchas veces tiene síntomas porque “si los niños están contagiados, se da por hecho que los padres también, y tenemos que tratarles”, afirma.

“En Atención Primaria somos las enfermeras las que llevamos el peso en el seguimiento de estos pacientes”
La Atención Primaria, al igual que todas las unidades y servicios de la sanidad, está sufriendo un cambio brutal con motivo de la lucha contra el coronavirus. Faltan camas, recursos materiales y recursos humanos, que han causado estragos a todos los niveles.
Esta situación la está viviendo Daniel González, número 1 en el examen EIR 2018 -para obtener el título de Enfermero Especialista-, que realiza su residencia en el centro de salud Fuente de San Luis, en Valencia.
“Tenemos dos circuitos, uno en el que se deriva a todos los pacientes con sintomatología de posible caso de COVID-19 y otro para el resto de los pacientes sin sintomatología”, explica.
“El grueso de la atención ahora es seguimiento telefónico, el médico hace un diagnóstico de posible caso de COVID-19 y la enfermería lleva el peso del seguimiento”, añade.
Sumidos en la crisis del coronavirus, la atención a pacientes crónicos ha pasado a ocupar un segundo plano; hace días se les explicó la situación, se valoró cómo se encontraban y se les avisó de que podían contactar si había complicaciones. Ahora están prácticamente centrados al 100% en identificar a pacientes con COVID-19.

“Solo dile a mi familia que gracias por darme los mejores años de mi vida”
“Seguramente tú seas el último que hoy escuche mi voz, sólo te pido que le des las gracias a mi familia por darme los mejores años de mi vida, y muchas gracias a vosotros por todo lo que estáis haciendo”. Son las palabras con las que una mujer de 47 años le agradeció a Joan Pozas, enfermero en el Hospital del Mar (Barcelona), el esfuerzo de los sanitarios, minutos antes de entrar en la UCI.
“He llegado a casa llorando porque mi cabeza no era capaz de entender que yo tuviera que dejar de luchar por la vida de una persona. En el siglo XXI, con un supuesto estado del bienestar, es muy duro tener que plantearse priorizar unas vidas por delante de otras solo porque faltan recursos”, reconoce.
Con la llegada de cada vez más casos y el aislamiento de los pacientes como pautaban los protocolos, desde el hospital comenzaron a idear la manera de poner en contacto a las personas contagiadas con sus familiares. Él, mientras se compraban algunas tablets para ello, llegó a utilizar su móvil personal.
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