Para la mayoría de las mujeres enfrentarse a la noticia de su infertilidad supone un estrés que suele poner en riesgo su estabilidad emocional, una estabilidad que volverá a ser zarandeada cuando tenga que enfrentarse a la decisión de si quiere o no tener un hijo por ovodonación

Ovodonación: Afrontar el impacto emocional
Foto del cartel del VII Simposio Internacional de Reproducción Asistida, organizado por la la Fundación Tambre /Foto Carlos Pascual
  • 7 de diciembre, 2016
  • MADRID/EFE/PILAR GONZÁLEZ MORENO

Y todo ello porque, y aunque las cosas están cambiando, vivimos en una sociedad donde la fertilidad se ha considerado un valor intrínseco, y sobre todo para quienes viven en pareja y desean y creen que se espera de ellos que sean padres.

Para Soledad Chamorro, psicóloga de la unidad de Apoyo del IVI en Madrid, la ovodonación ya de por sí provoca un desajuste emocional, toda una conmoción que empuja a la mujer a sentirse culpable por no ser madre con la consiguiente disminución de su autoestima que a veces conlleva una sintomatología depresiva.

Según el IVI, donde en los últimos 10 años se han incrementado en un 86% los tratamientos de reproducción con óvulos donados, el retraso de la entrada a la maternidad en España es el factor principal que ha disparado los problemas de fertilidad en los últimos años.

Frente a esta causa de infertilidad, solo existe un tratamiento de reproducción asistida capaz de atajar el problema: la Fecundación in Vitro con óvulos de donante o, lo que es lo mismo, la ovodonación.

¿Pero qué es lo que piensan las mujeres receptoras cuando tienen que enfrentarse a una ovodonación?

Durante su ponencia en el VII Simposio Internacional de Reproducción Asistida, organizado por la la Fundación Tambre, Chamorro explicó que les preocupa no conocer al donante y que el niño pueda tener algún rasgo físico llamativo que no les permita identificarse con ella y su familia.

También les obsesiona la idea de si serán capaces de cuidarle, sentirle y quererle como si fuera suyo y si pueden nacer con alguna enfermedad importante o un carácter complicado que les dificulte aceptarle.

Paralelamente se sienten egoístas por haber retrasado tanto el momento de la maternidad, hasta llegar a una edad, tocando o sobrepasando los 40, en la que el reloj biológico juega ya en contra.

Otra inquietud recurrente tiene que ver con la duda de si los abuelos y familiares le aceptarán sin problemas.

También es causa de desvelo la certeza de que se pierde la carga genética de la familia, una carga en la que todos nos reconocemos y a la que siempre aludimos para agradecer o culpar cualquier característica física o psicológica.

“La genética – explica Chamorro- parece que tiene menos peso del que a priori pensamos y sin embargo es importante saber que atribuimos todo lo que somos a la genética y ademas eso nos da seguridad”.

El debate entre contarlo o no, les obsesiona y les provoca un sentimiento de traición a la familia y a los amigos más cercanos si optan por no decirlo; asimismo, el malestar les invade porque se sienten superficiales cuando piensan en la importancia que atribuyen al parecido físico de su futuro hijo.

El miedo a que el niño les rechace y a que el entorno les estigmatice, completan un escenario que a decir de Chamoro “refleja definitivamente que existe un conflicto interno brutal”

“Los psicólogos cuando trabajamos con este tema nos planteamos como objetivo contribuir a que el entorno social, emocional y personal sea integrador. Hay que darles mucha información para que les permita tener un cambio de actitud respecto de la ovodonación. Sabemos que tienen muchas dificultades para compartir su decisión con personas de su entorno y hay que buscar reducir esas resistencias”, explica.

De acuerdo con la experta, hay que trabajar con ese conflicto interno, y hacerlo para que el significado de ovodonación que traen a priori sea diferente. Hay que fomentar una concepción más integradora: ”Somos padres, da igual como lo hayamos conseguido… Eso es lo que les va a ayudar a que conformen una familia psicológicamente sana y equilibrada emocionalmente.”

Quizás, sostiene Chamorro, el debate no sea tanto si he de decirlo o cómo he de decirlo, si no no temer que se sepa. “ Todo ello conforma el alejar esos fantasmas que les persiguen”, añade.

Niños se divierten con las hojas caídas de los árboles en un parque de Zurich.EFE/Alessandro Della Bella
Niños se divierten con las hojas caídas de los árboles en un parque de Zurich.EFE/Alessandro Della Bella

Esta psicóloga defiende que hay que partir de la base de que los niños no nacen con prejuicios, pero sobre todo, insiste, es central la narrativa familiar, y lo principal es como se formó y montó nuestra familia y no tanto el origen.

Además una cosa es lo que creemos y otra los que vivimos, y la mayoría de las mujeres cuando ya son madres por ovodonación refieren que una vez que tienen el hijo en el vientre, se les olvidan todos los temores.

Considera que es primordial también explicarles que ésta es una alternativa más,  y que hay otras, como la adopción, y que otra alternativa de la vida también es no tener hijos.

Y decirles que ciertamente es una decisión complicada y que deben tomarse todo el tiempo que necesiten: ”Tienen muchos temores y dudas, no hay que evitarlos, son parte del proceso, no son una amenaza, son una oportunidad y hay que saber gestionarlos”.

La fortaleza de nuestros prejuicios, defiende, es importante pero tenemos que permitirnos modificar muchas creencias que están en la base de los mismos. Es “inevitable” el mundo de los prejuicios, de los pensamientos contradictorios.

“Ser prejuicioso – sostiene Chamorro- es consustancial al ser humano, no es ni malo ni bueno y siempre tenemos la ineludible labor de neutralizar esos prejuicios” y esto nos ayuda constantemente en nuestra vida a asumir los cambios que la sociedad nos depara y los cambios que nosotros mismos vamos experimentando.