En el Día Europeo de los Derechos de los Pacientes, 18 de abril, la doctora Mercedes Herrero Conde, doctora en Medicina, ginecóloga y sexóloga, reflexiona sobre la relación médico-paciente, y defiende no solo su información, sino también su formación

Doctora Mercedes Herrero: Del paciente informado al paciente formado. El ejemplo del iceberg
EFE: Quique García

La relación médico-paciente es la base del éxito de la asistencia médica. En ella, la comunicación juega un papel fundamental. Y contar con el paciente formado es esencial.

Aquellos que nos formamos como médicos en el siglo XX aprendimos de nuestros maestros una relación médico-paciente asimétrica. El médico, poseedor del conocimiento y en una posición de superioridad, emitía su juicio y tratamiento. El paciente asumía esa información, sin casi cuestionarla, y la acataba como la mejor opción para su salud.

En mi entorno profesional: como estudiante primero, y residente después, tuve ejemplos de cómo la medicina se podía ejercer desde la empatía. Enseguida supe qué tipo de médica quería ser.

Esto no es algo nuevo. Clásicos como Hipócrates o Maimónides ya señalaban la importancia de la comunicación con los pacientes. El doctor Gregorio Marañón explicó, casi 100 años atrás, que el mayor avance de la medicina había sido la silla. Esa en la que el paciente se sienta, y nosotros podemos escucharle. Todo un maestro.

20 años de la Ley de autonomía del paciente: pacientes formados


Hace ahora 20 años se promulgó la Ley de autonomía del paciente (Ley 41/2002, de 14 de noviembre) y lo cambió todo.

En su Artículo 4 se recoge el derecho del paciente a la información asistencial. Esto fue un gran paso, y cambió la relación entre médicos y pacientes volviéndola más simétrica: «La información, que como regla general se proporcionará verbalmente dejando constancia en la historia clínica, comprende, como mínimo, la finalidad y la naturaleza de cada intervención, sus riesgos y sus consecuencias. La información clínica forma parte de todas las actuaciones asistenciales, será verdadera, se comunicará al paciente de forma comprensible y adecuada a sus necesidades y le ayudará a tomar decisiones de acuerdo con su propia y libre voluntad».

La comunicación es fundamental para conseguir el mayor beneficio, pero esta no se produce de manera eficaz, en muchas ocasiones. Como clínica, este tema me preocupa especialmente. Así surgió el ejemplo del iceberg.

iceberg
EFE/str

Del paciente informado al paciente formado

Imaginemos por un momento que médicos y pacientes son icebergs que flotan en el mar. Cada uno nos encontraremos con distintos médicos y pacientes a lo largo de nuestra vida. Nosotros tendremos ambos roles según la ocasión, pues seremos pacientes alguna vez.

La relación es bidireccional. El paciente nos aporta síntomas cuando nos cuenta qué le pasa. Nosotros, los médicos, buscamos los signos: exploraciones y pruebas que nos sirvan para hacer un diagnóstico y ofrecer el tratamiento adecuado.

El problema es que los icebergs tienen dos partes: la visible sobre el mar y una gran parte sumergida. Establecemos la relación con las partes visibles de nuestros icebergs, sin tener en cuenta la importancia de todo lo que está en las partes ocultas.

Cómo es la parte oculta del médico: Nos forman en un conocimiento que se construye como un edificio. Sobre el terreno de la vocación, plantamos los cimientos de la anatomía: cómo es nuestro cuerpo. En la planta baja encontramos la fisiología: cómo funciona nuestro cuerpo.

Así hasta rematar con la capacidad diagnóstica y terapéutica, tras pasar por las plantas de farmacología, clínica médica, quirúrgica y valoración emocional, entre otras.

Todo basado en la evidencia científica, pero con poca formación en comunicación, sobre todo emocional. No podemos olvidar que también somos personas con creencias y opiniones, pero que debemos dejar aparte en nuestra práctica profesional.

La parte oculta del paciente es muy variable. El conocimiento sobre salud puede ser desde nulo a extenso. Pero no siempre es veraz. Hay muchas fuentes de información, algunas de ellas con mensajes confusos o falsos, pero con gran capacidad de impacto, al usar herramientas de comunicación emocional. A todo ello se le unen las experiencias previas: propias o ajenas, que ahora van más allá del entorno real por que se amplifican con las leídas en internet y en las redes sociales.

Informamos, pero no siempre llegamos al paciente. Necesitamos buscar en la parte oculta. Hay que hacer el esfuerzo junto al paciente: explicándole, hasta que lo comprenda, las bases de su enfermedad y el porqué de los tratamientos. Solo así podrá entender y conocer su proceso, haciéndolo suyo después.

Solo así conseguiremos un «paciente formado»: aquel que conoce y entiende su proceso. Única manera de ser protagonista implicándose al máximo. Mejoraremos la confianza, la adherencia terapéutica (cumplimiento de los tratamientos) y el bienestar, objetivo máximo de nuestra atención.

Para llevarlo a nuestra práctica clínica, necesitamos ser conscientes del problema, y cambiar cómo nos comunicamos. El tiempo en la atención será una inversión para la asistencia futura.

Este esfuerzo tiene muchas barreras: el tiempo de asistencia, los problemas con la tecnología que contiene la historia clínica y la confusión con la que acuden los pacientes, entre otros.

Todo ello nos puede convertir en una especie de olla exprés, donde se concentra toda la información. Ante el paciente, parecería que abrimos la válvula de presión y le lanzamos una retahíla de frases. De golpe, sacamos todo lo que sabemos sobre su proceso. Esto aturde, incluso asusta, a nuestro paciente. Así nunca conseguiremos el objetivo de su información y, menos aún, de su formación.

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La ginecóloga Mercedes Herrero/Foto cedida por la doctora

Paciente formado: el modelo del alambique

El modelo ideal sería el del alambique. Nosotros seríamos una caldera llena de conocimientos que se debe cocinar a fuego lento, gracias a la energía que nos brinda el paciente, en cada momento.
Esto facilitará un destilado de información: poca, pero precisa, adecuada y fácil de entender.

La medicina sería así como el arte de la alquimia, sabiendo que en la esencia está la virtud. Así entiendo la humanización de mi oficio.

Esto solo lo podemos conseguir entre todos. Como sociedad debemos tomar conciencia de la importancia de la calidad asistencial, promoviendo todas las acciones encaminadas a mejorar las condiciones para las personas implicadas en el proceso: sanitarios y pacientes. No nos dejemos deslumbrar por los avances técnicos. Son muy necesarios, pero si no hay una persona implicada en usarlos en beneficio de otra, serán meros cacharros.

Los sanitarios debemos ser autocríticos para mejorar en nuestro trabajo y exigentes con las condiciones que se nos ofrecen para ejercerlo. A los pacientes les pedimos implicación, colaboración y un plus de confianza en unos profesionales que desean lo mejor para ellos.

La salud es cosa de todos y la medicina del siglo XXI ya no es para los pacientes, es con los pacientes.

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