Es cierto que existe una predisposición genética que puede inducir a la obesidad junto a otros factores de tipo biológico, social y ambiental. “Pero no estamos sentenciados a ser obesos porque nuestros padres lo sean”, asegura la doctora Gema Frühbeck con motivo, mañana, del Día Europeo de la Obesidad. Un cambio en los hábitos de vida puede tener más influencia que los propios genes
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La doctora Gema Frühbeck tiene una dedicación preferente al estudio y conocimiento de la obesidad. Investigadora y endocrina de la Clínica Universidad de Navarra, es además codirectora del Área de Obesidad y fue hasta 2015 presidenta de la Sociedad Europea para el Estudio de la Obesidad.
Según esta sociedad científica, el 23% de las mujeres y el 20% de los hombres en Europa son obesos y estima que en el año 2030 más del 50% de la población de este continente padecerá obesidad, una enfermedad que causa cada año 337.000 muertes prematuras y un coste de 70 billones de euros al año.
Esta enfermedad tiene muchas caras ya que el mecanismo subyacente puede ser distinto. Uno de los tipos más complicados y difíciles de tratar es el sindrómico monogénico, que se debe a la alteración de un gen que afecta a la sintetización de la leptina (una de las hormonas reguladoras del peso) y provoca obesidad mórbida.
Pero para la gran mayoría de las personas obesas, aunque puedan tener una susceptibilidad genética, “la buena noticia es que si son capaces de tener buenos hábitos de vida, dietéticos y de actividad física, contrarrestarán los efectos negativos del gen”, afirma la especialista.
La tendencia

Más de la mitad de la población mundial tiene sobrepeso u obesidad. En España, si la tendencia continúa al alza, en 2030, un 30% de la población será obesa y dos de cada tres personas convivirán con el sobrepeso. Según el reciente estudio ENPE, el 39,9% de los españoles tiene sobrepeso y el 21,6 obesidad, más de la mitad de la población.
“La tendencia, con evidencia científica, es que cada década vamos incrementando el número de personas con obesidad o sobrepeso”, asegura la doctora Frühbeck quien reitera que no se trata de un problema estético sino de salud.
“Pero a la persona que tiene un exceso de grasa no le duele nada y no se da cuenta de que detrás de esos kilos se está sobrecargando los sistemas cardiovasculares, metabólicos, respiratorios…y hasta repercute en el ámbito psicosocial con graves consecuencias”, advierte.
“No hay que culpabilizar al afectado -añade- porque, al final, es un problema que tenemos toda la sociedad”.
Por eso es importante educar en saludables hábitos de vida, como una dieta equilibrada y variada según el patrón mediterráneo, actividad física diaria, hidratación adecuada y alejarse del estrés, dormir las horas suficientes y evitar tóxicos como el tabaco o el alcohol.
“Nos hemos convertido en una sociedad muy sedentaria, tanto en el trabajo como en el ocio. Comer mal y apenas movernos, es la combinación perfecta para ganar esa grasa nociva para la salud”, considera Gema Frühbeck.
La investigación
Regular nuestro peso corporal responde a diferentes y complejos mecanismos moleculares y esa es la razón por la que es más complicado que exista una diana terapéutica clara sobre la que incidir para la pérdida de peso en el caso de la obesidad.

“En ese sentido, se ha avanzado mucho en lo que es el tejido adiposo pardo o marrón, distinto al blanco y que hace lo contrario, quema grasa y genera energía para la termogénesis o regulación de la temperatura corporal”, indica la doctora.
Este tipo de grasa es más abundante en recién nacidos pero se va perdiendo con la edad. Pero los depósitos que quedan en el adulto “podrían convertirse en una buena diana si somos capaces de activarlos y estimularlos”.
Existe evidencia científica de que en las personas obesas hay menos tejido pardo activo, “y si pudiéramos reactivarlo o conseguir que el tejido adiposo blanco tuviera la misma característica que el marrón, es decir, que quemara más…Sería una buena estrategia”, asegura la médico de la Clínica Universidad de Navarra.
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