Zarpar desde la costa sin nada. Una despedida contenida. Muchas ilusiones, poca realidad. La inmigración económica acarrea una odisea que el cuerpo emprende pero no la mente. Un lugar desconocido. Una cultura diferente. Cargas psicológicas que determinan una adaptación que siempre arrastra la misma pregunta: ¿Volveré algún día?

La falta de recursos; mensajes de bienestar que llegan por televisión; el ejemplo de aquellos que envían dinero a sus familias. Esta unión de factores cuando se viven carencias económicas, es lo que convence a la mente de que la única solución es tomar un barco, un avión, una patera…y emprender un viaje hacia un lugar desconocido.
La idea de no tener nada que perder, base del viaje, puede verse reforzada por la legitimación del grupo. “Si todo el barrio piensa en irse, si pensamos lo mismo, el grupo legitima la marcha”, explica el doctor en Psicología y experto en salud mental e inmigración, Fidel Hernández.
Primer factor, la necesidad. Segundo, la legitimación. Tercero, la falta de información. La imagen del futuro migratorio se realiza a partir de ideas vagas, las historias de los que vuelven y la imagen que del destino se transmite en televisión.
La decisión no es sólo individual “sino que la familia, e incluso la comunidad, son participes de este proyecto”, señala Inma Hernández, psicóloga del Servicio de Atención a los Inmigrantes, Extranjeros y Refugiados de Cruz Roja (SAIER).
De lo que implica dejar una vida atrás es ejemplo Caty Marleni Torres. Venezolana de 61 años que llegó en 2001 a España y que, tras año y medio, regresó a su país para volver a emigrar en 2005. “Uno se siente como en un desierto”, explica al recordar sus primeros meses.
El viaje soñado

La falta de información objetiva. El contagio de aquellos que partieron. La imitación de lo observado en los medios de comunicación. Estas son las tres bases de la “luna de miel”, la primera etapa en la que se idealiza el destino y lo bueno que espera en él.
Ello supone la creación de unas expectativas alejadas de la realidad que se ven reforzadas por la legitimación comunitaria y el apoyo familiar. Antes de partir, la imagen del inmigrante es la de un “héroe” que va a poder enviar dinero a su familia, apunta Fidel Hernández.
“Yo decía voy a conocer España y me va a ir bien, estaba emocionada”, afirma Caty Marleni.
La idea de prosperar, basada en la necesidad, es la que justifica abandonar un país, una familia. Todo ello genera un lastre psicológico difícil de determinar que requiere, según la psicóloga de SAIER, un proceso de empatía. “¿Qué supondría para ti dejar atrás a tu familia y amigos?”, se cuestiona.
El destino real
La cultura desconocida. Una reducida red social. No cumplir con los objetivos marcados. Todo ello forma una segunda etapa migratoria conocida como “choque cultural”, en la que comienzan a aparecer los problemas reales de la inmigración.
Un entorno diferente supone una distinta forma de pensar, de relacionarse. No adaptarse al nuevo contexto puede generar un desbarajuste psicológico. La tristeza y el miedo a fracasar derivan en el síndrome de Ulises, donde la carga psicológica reproduce síntomas físicos.
“La primera vez que llegué adelgacé 12 kilos, estaba todo el día llorando, con nostalgia, depresión”, explica Caty Marleni.

A pesar de la complicada situación, la autoestima y no disgustar a la familia, es lo que lleva al inmigrante a mantener una imagen idealizada de una realidad que no existe. Un peso añadido al equilibrio mental. Ello requiere de una fortaleza mayor para intentar responder a las expectativas creadas.
Para afrontar estos retos la psicóloga Inma Hernández considera necesario “encontrar el equilibrio entre la esfera íntima y cómo se vive en otro lugar”. A ello Fidel Hernández añade la importancia de tener clara la identidad, de dónde se viene y lo que se quiere conseguir.
La integración
El paso del tiempo. La sensación de pérdida. La idea de fracaso. Una suma de factores determinan la tercera etapa de “depresión reactiva”, en la que se limita la capacidad psicológica para adaptarse a una nueva realidad.
“Una persona cree que va a cumplir sus objetivos en un plazo determinado, pero esos plazos no se cumplen”, indica la psicóloga.
Ante esta falta de concordancia entre tiempos y planes, la persona recurre a diferentes estrategias de integración: sumirse en las costumbres de la nueva sociedad; segregarse con aquellos que han compartido la misma experiencia; o integrarse en un nuevo contexto sin perder la cultura de origen.
Junto a este último modelo, los expertos en psicología aconsejan para una mejor adaptación:
- No caer en la negación de todo lo foráneo.
- Obtener información real.
- Valorar la habilidades profesionales y personales.
- Agilidad para trazar nuevos planes, objetivos y tiempos.
“Aquí yo vine a madurar, siempre pensaba que tenía que aguantar, lloré y pasé hambre pero valió la pena, como dice la canción. Ahora quiero morir en mi país”, resume su experiencia la venezolana Caty Marleni.
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