El doctor Carlos Macaya Miguel, jefe del Servicio de Cardiología del Hospital Clínico San Carlos y catedrático de Medicina en la Universidad Complutense de Madrid (UCM), comenta tres eventos cardiovasculares en el Noticiero del Corazón relacionados con la crisis de la pandemia de COVID-19, que a día de hoy ha afectado a más de 5.830.000 personas en todo el mundo; una infección que debemos aislar lo mejor posible hasta que logremos una vacuna salvadora
Noticiero del Corazón: “El coronavirus acorrala al sistema cardiovascular”
“El 35% de los pacientes UCI que sufran coronavirus desarrollarán daños en el corazón aunque no padezcan patología cardíaca previa; el aumento de casos similares a la enfermedad de Kawasaki, que afecta a un pequeñísimo número de niños y jóvenes, no debe alarmar a la población; y el desconfinamiento domiciliario es una excelente oportunidad para mejorar nuestra dieta alimenticia y practicar ejercicio físico diario”.
El ataque sistemático del coronavirus contra la estructura cardiovascular
La experiencia clínica de todos los centros hospitalarios del planeta donde se está tratando la infección por COVID-19 deja suficiente evidencia empírica de que el coronavirus no solo agrava el riesgo de complicaciones en pacientes cardiovasculares, sino que ataca también el corazón de las personas sanas de diferentes edades.
“Podemos poner de ejemplo una miocarditis fulminante -el músculo cardíaco deja de contraerse- en una mujer de 30 años que fue atendida en el Hospital Universitario de Bellvitge en Barcelona; paciente que ha necesitado conexión a una bomba extracorpórea ECMO que suple su función cardiorespiratoria”, expone.
Once instituciones científicas de Italia y EE.UU. advierten de que el SARS-CoV-2 se asocia a múltiples complicaciones cardiovasculares directas e indirectas, como el daño agudo de miocardio, la miocarditis, arritmias y tromboembolismo venoso.
L@s pacientes UCI ingresados por la infección sufren más daño miocárdico: hasta un 35% de las personas ingresadas en las Unidades de Cuidados Intensivos, según indica la Sociedad Española de Medicina Intensiva, Crítica y Unidades Coronarias (Semicyuc).
Además, el coronavirus provoca más arritmias en pacientes UCI que en aquellos otros que no necesitan este tipo de cuidados intensivos (un 44,4% frente a un 6,90%) y genera una elevación de biomarcadores de daño miocárdico.
El SARS-CoV-2 favorece la aparición de trombos, lo que conlleva un número mayor de casos de ictus, infartos y embolias pulmonares, cuando no una afectación de los vasos sanguíneos de las piernas, más aún bajo condiciones de confinamiento hospitalario o domiciliario.
“Pautar anticoagulantes para evitar trombosis ya es una norma común en los tratamientos de pacientes covid, salvo que esté contraindicado”, refiere el doctor Macaya.
Y el principal daño del COVID-19, la neumonía bilateral, lleva al corazón a su límite: ante la falta de aire, el corazón trata de bombear más sangre hacia todos los órganos vitales, especialmente el cerebro. Este esfuerzo impropio lastima, sobre todo, a los corazones más débiles, que son aquellos que dan vida a las personas mayores y con diferentes comorbilidades.
¿Generan la hidroxicloroquina y la azitromicina problemas cardíacos cuando se usan para frenar al coronavirus?
“Estos dos fármacos, antipalúdico y antibacteriano respectivamente, administrados por separado o en combinación represora para detener el avance patológico del virus, pueden producir trastornos que se visualizan en el electrocardiograma del paciente covid e inducir al desarrollo de arritmias malignas“, subraya.
“A estos pacientes pandémicos se les debe monitorizar y hacer seguimiento con electrocardiograma para comprobar que el medicamento antiviral reseñado no modifique el intervalo normalizado de QT del paciente (que incluye el QRS, el segmento ST y la onda T, es decir, medición de la longitud -tiempo- de la onda que genera la frecuencia cardíaca) y no produzca arritmias”, señala.
Y el coronavirus está detrás de la enfermedad de Kawasaki
Esta patología, que fue descrita en Japón por el Dr. Tomisaku Kawasaki en 1967, afecta, sin la pandemia de COVID-19, a unos 90 o 100 niños y niñas de cada 100.000, más en la zona asiática. En Europa, la prevalencia oscila entre 30 y 40 casos. Se da más en varones que en mujeres.
Durante este periodo de coronavirus, cuya incidencia en la infancia o adolescencia es mínima (0,55% en menores de 15 años en España a finales de abril de 2020), y la mayoría de los casos son asintomáticos o muy leves, han trascendido nuevos casos graves de un síndrome equiparable al kawasaki:
- En toda Europa, 230 casos sospechosos y dos fallecimientos (Reino Unido y Francia) hasta el 15 de mayo.
- En un hospital de Bérgamo, epicentro de la pandemia en Italia, los casos se han multiplicado por 30 en dos meses de pandemia: entre el 18 de febrero y el 20 de abril ingresaron 10 pacientes, mientras que en los cinco años anteriores solo habían atendido a 19 pacientes.
- El Departamento de Salud de Nueva York (EE.UU.) ha reportado que, a mediados de mayo, al menos 85 casos estaban relacionados con este síndrome. Se han confirmado tres muertes.
“La enfermedad de Kawasaki implica una inflamación generalizada de todos los vasos sanguíneos del organismo, o vasculitis, que se produce normalmente en niños y niñas de entre seis meses y cinco años de edad; patología que, en ocasiones, puede llevarles a padecer una obstrucción de sus arterias coronarias poco tiempo después, y, consecuentemente, angina de pecho e infarto agudo de miocardio”, explica el Dr. Macaya.
El cuerpo del bebé, del menor o del adolescente responde de forma exagerada ante una infección que se presume vírica, aunque se desconoce su origen real.
Esta reacción del sistema inmunológico afecta a los vasos sanguíneos de tamaño pequeño y mediano de todo su organismo y, además, muestra otros síntomas:
“Fiebre alta, con picos superiores a los 40º, que persiste más de cinco días; ojos enrojecidos; exantema -erupciones en la piel de color rojizo-, sobre todo en las palmas de las manos y plantas de los pies, en el tórax y en las ingles; labios secos; lengua algo hinchada; y adenopatías en el cuello, inflamación de los ganglios”, describe el cardiólogo.
También pueden aparecer alteraciones gastrointestinales como diarrea, vómitos y dolor abdominal.
“Un pediatra debe pensar en la enfermedad de Kawasaki cuando se encuentra a un niño con fiebre persistente que dura más de cinco días y problemas en la piel sin encontrar una causa conocida”, apunta. En esta fase aguda, las manifestaciones cardíacas son miocarditis -inflamación del músculo cardíaco- y pericarditis -inflamación de la membrana fibrosa que envuelve al corazón-.
La mayor parte de los menores se recuperan sin secuelas, pero uno de cada cinco puede llegar a tener problemas serios en las arterias coronarias.
“Durante el proceso de cicatrización de los aneurismas, -o abombamientos anormales de las arterias-, cuando los pacientes han pasado ya la fase aguada de la enfermedad, incluso varios años después de haber sufrido esta patología infecciosa, algunos niños, pocos, comienzan a padecer anginas de pecho e infartos de miocardio, como si fueran adultos”, destaca.
Las arterias coronarias tienen obstrucciones que se deben solventar con angioplastias en el laboratorio de Hemodinámica.
“Colocamos, incluso, estents o mallas metálicas para dar luz a los vasos dañados y evitar así la enfermedad isquémica derivada de la enfermedad de Kawasaki (EK)”, dice el doctor Carlos Macaya, presidente, también, de la Fundación Española del Corazón.
Desescalada con dieta mediterránea y deporte: oportunidad para los hábitos de vida saludables
La vuelta a la normalidad puede ser una gran oportunidad para hacer cambios en nuestros hábitos de vida, una herramienta muy efectiva para abordar la prevención y tratamiento de las enfermedades cardiovasculares. Además, vivir con salud reduce nuestra situación de vulnerabilidad ante cualquier infección, como la del coronavirus SARS-CoV-2.
¡Sorpresa del confinamiento!… Con el coronavirus se come mejor
Según un informe de la Fundación Española de Nutrición (FEN), el consumo de alimentos básicos de la dieta mediterránea ha aumentado durante el confinamiento por coronavirus. Las cifras, que recogen una mayor ingesta de todos los grupos alimentarios, reflejan incrementos de productos frescos, legumbres, frutas y hortalizas, pescados, frutos secos y aceite de oliva.
En el caso de las frutas, verduras, pescado y legumbres, el consumo se ha incrementado en torno a un 30% y 50%, lo que es un dato positivo sobre todo para tratar de consolidar unos hábito alimentarios que se mantengan cuando termine la pandemia
Pero el informe de la FEP también refleja una subida en la compra de bebidas espirituosas, vino, cerveza o refrescos, así como de los productos precocinados y del azúcar, que en estos últimos meses se ha ido utilizando, junto a la harina, para elaborar todo tipo de postres caseros.
Ante estos datos, es fundamental priorizar el agua como fuente principal de hidratación y moderar del consumo de repostería y bollería casera, pues este tipo de cambios en el consumo, unidos a la inactividad física provocada por el confinamiento, podrían suponer un riesgo para la salud.
Di adiós al sedentarismo… y al coronavirus
La actividad física se posiciona como el principal antídoto frente a la obesidad, el sobrepeso y sus consecuencias metabólicas (resistencia a la insulina, disfunción endotelial, inflamación crónica, etc), que se manifiestan en las enfermedades crónicas más vinculadas a riesgo de hospitalización, necesidad de UCI y mortalidad por la COVID-19.
Por eso, tanto la Sociedad como la Fundación Española del Corazón (SEC y FEC, respectivamente) valoran de forma positiva que se haya concedido un rol importante a la actividad física durante la salida del confinamiento, aunque piden prudencia y responsabilidad en el inicio o reanudación de la actividad física.
¿Cómo iniciar o reanudar la actividad física según tu capacidad física?
- El objetivo de la actividad física de tod@s aquell@s que tengan una enfermedad crónica de base o que hayan padecido la COVID-19 debe ser prevenir secuelas por inactividad, contribuir a la estabilidad de sus procesos de base y rehabilitar posibles secuelas de los mismos.
- Todas las personas sin enfermedades crónicas conocidas y sin antecedentes de la COVID-19 deberán mantener un grado de forma física por salud y bienestar.
- Tod@s l@s deportistas habituales deberán mantener sus entrenamientos centrados en los objetivos de la competición.
Partiendo de esta primera clasificación se pueden dar unas recomendaciones generales orientadas en tres tiempos:
- Predisposición: el primer paso a considerar es la necesidad de una valoración médica previa. En concreto, entre los que tienen una patología crónica de base o han padecido la COVID-19, hay que asegurarse de que la enfermedad de base está estabilizada y de la ausencia de síntomas.
- Planificación: la segunda fase corresponde a asegurar la preparación adecuada antes de cada sesión. Esto implica hacer un «check-list» que cubra necesidades y prevea cualquier eventualidad.
- Acción: Una vez iniciamos o reanudamos la actividad física lo más adecuado es ponerse en las manos de un profesional.
Lo ideal es realizar ejercicio físico la mayoría de los días de la semana con una duración de 20-30 minutos.
Los que siempre hayan realizado ejercicio físico, pero durante el confinamiento han estado inactivos deben saber que la reducción de los niveles de actividad física conduce principalmente a la disminución de la aptitud neuromuscular y cardiorrespiratoria. Se aconseja un regreso progresivo y gradual.
Aquellos que hayan seguido entrenando en su domicilio también deben comenzar gradualmente, evitando volúmenes e intensidades elevadas en las primeras semanas de ejercicio.
Además, el entrenamiento de fuerza contribuye a la reducción de caídas, fracturas y al mantenimiento de la autonomía e independencia funcional. Este ejercicio se asocia a la mejora de los factores de riesgo cardiovascular tales como la presión arterial, la grasa corporal o lípidos en la sangre y la reducción de la resistencia a la insulina.

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