El catedrático de Geriatría en la Universidad Complutense de Madrid, José Manuel Ribera Casado, considera que las bacterias del sistema digestivo envejecen al mismo tiempo que sus anfitriones porque, al fin y al cabo, nos invaden, crecen en número y diversidad, alcanzan su cénit funcional en nuestra etapa adulta y decrecen otro tanto por nuestra fragilidad genómica, hasta que, sin poder remediarlo, nos acompañan a conocer a sus congéneres más terrenales

La microbiota intestinal envejece a nuestra par

La microbiota intestinal envejece a nuestra par

  • 10 de octubre, 2015
  • Gregorio Del Rosario

¿Y qué es envejecer?… “A esa pregunta se puede responder de muchas maneras, pero buscando, quizá, lo más esencial desde el punto de vista práctico, envejecer es ir perdiendo aquellos mecanismos de reserva con los que hemos nacido y nos ayudan a lo largo de la vida a superar las diferentes dificultades que tenemos en forma de enfermedades o cualquier tipo de agresión a nuestro organismo”, responde el miembro de número de la Real Academia Nacional de Medicina en el sillón dedicado a la geriatría y a la gerontología.

Estas pérdidas funcionales de nuestro sistema de defensa llevan consigo que nos vayamos haciendo progresivamente vulnerables ante embestidas cada vez más simples o menos intensas, como un resfriado; algo que explicaría por qué, a las edades altas de la vida, la posibilidad de claudicar, de enfermar o fallecer, o a la hora de que se cumpla el pronóstico tras un accidente casero, es mucho peor que a las edades más jóvenes.

A cuerpo frágil, bacterias debilitadas

Sabemos que la microbiota del ser humano varía en cantidad, diversidad y calidad durante la infancia, que se mantiene bastante estable en la edad adulta y que vuelve a experimentar modificaciones significativas en la vejez. Se podría aplicar el refrán que dice… a perro flaco, todo son pulgas.

“Cuando somos mayores se reduce la diversidad de microbios intestinales, aumentando o disminuyendo su número debido a la dieta, a los hábitos sociales, a las enfermedades, a los cambios ambientales, a las medicinas y a los antibióticos. A mayor edad, más sensibilidad”, señala.

Un sonriente anciano, con boina, sujeta en sus brazos a un bebé, que duerme plácidamente.
El abuelo con su nieto. EFE /

Los antibióticos son fármacos obtenidos a partir de bacterias y hongos que contrarrestan la infección de microorganismos patógénicos. Actúan sobre las bacterias inhibiendo su crecimiento o causando su exterminio total.

“Se han empleado con exceso -opina el catedrático en Microbiología y rector de la UIMP, César Nombela Cano-, sobre todo en los hospitales, en medicina de familia o en la alimentación animal”.

Por un lado, menoscaban la diversidad de los microbios buenos al intentar acabar con los malos y, por otro, convierten a determinados microbios en ‘supermicrobios‘, en bacterias altamente resistentes a los antibióticos.

La resistencia antimicrobiana provoca 25.000 muertes anuales en Europa, 23.000 en Estados Unidos, 38.000 en Tailandia y 58.000 niños en la India.

Además, las infecciones comunes en mujeres y hombres de avanzada edad aumentan en número y severidad, lo que condiciona, más aún si cabe, la microbiota de su aparato digestivo.

Para la Organización Mundial de la Salud (OMS), infecciones que se volvieron curables en las últimas décadas gracias a los antibióticos podrían empezar a matar de nuevo ante el aumento de las ‘superbacterias’, una de las mayores amenazas para la salud global.

Bacterias pro bacterias

Cabría preguntarse entonces si este envejecimiento de nuestra microbiota es obligado, a qué se debe, qué tipo de efectos conlleva, cómo se podría modificar, si es positivo o negativo o si los cambios incidirían en las expectativas de la calidad de vida y en la mismísima esperanza de vida.

Algunas preguntas todavía no tienen respuesta y otras comienzan a despejar las dudas. Las evidencias científicas empiezan a describirlas y emplearlas en la práctica clínica. “Pero la mejor manera de actuar hoy en día es a través de la alimentación, de lo que comemos y de lo que se nutren nuestros compañeros los microbios“, receta el profesor emérito Ribera Casado.

“Tenemos estudios que demuestran que la dieta que recibe un colectivo que vive en una residencia de ancianos comparada con la dieta de un colectivo que vive en su domicilio o con la de otro que acude a un hospital de DIA o con la de los ancianos enfermos que están ingresados en un hospital, incide notablemente en los gérmenes o bacterias de sus intestinos”.

Por tanto, actuar en la dieta es un factor decisivo en la calidad de vida de los ancianos. “Debemos volcarnos en la dieta mediterránea, en los hábitos de vida saludables y en el ejercicio físico diario. Aunque los alimentos probióticos y prebióticos nunca están de más”, opina.

Una técnico de un laboratorio de microbiología sujeta una placa con una muestra de probióticos.
Bacterias probióticas. EFE / Manuel Bruque

Los probióticos, como el yogur, inducen modificaciones en la microbiota intestinal con la aportación de seres vivos microscópicos -apunta-. Protegen a la gente mayor a contra el estreñimiento y sus consecuencias o contribuyen a que sea más improbable la aparición de diarreas asociadas a los antibióticos, o, al menos, que sean menos impetuosas, duren menos y se controlen con mayor facilidad”.

Los prebióticos, ingredientes nutritivos que activan la energía de una o varias especies de bacterias intestinales, van en el mismo sentido que los probióticos, a pesar de que los estudios todavía están a flor de piel”, cocluye.

Este artículo se ha fundamentado en el curso de la UIMP “Microbiota y enfermedades crónicas relacionadas con la nutrición” que se impartió a primeros de julio de 2015 en Santander durante la XVI Escuela de Nutrición “Francisco Grande Covián”.

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