“Trabajando durante medio siglo en el mundo de la Medicina y la psiquiatría aprendí muy pronto que el optimismo o la tendencia a enfocar la vida a través de una lente que acentúa los aspectos favorables es un excelente protector de nuestra salud en el más amplio sentido de la palabra”. Artículo para Efesalud de Luis Rojas Marcos, profesor de psiquiatría de la Universidad de Nueva York

“Optimismo y salud” Por Luis Rojas Marcos
Imagen de noviembre de 2014 del psiquiatra Luis Rojas Marcos durante una entrevista con EFE. EFE/Hugo Ortuño
  • 10 de agosto, 2015
  • Nueva York/OPINIÓN/Luis Rojas Marcos

Luis Rojas Marcos (Sevilla, 1943) se licenció en Medicina por la Universidad de Sevilla y se doctoró en Medicina y Cirugía por la Universidad de Bilbao (1975) y en Ciencias Médicas por la Universidad del Estado de Nueva York (1977), se especializó en psiquiatría en el Hospital Bellevue y la Universidad de Nueva York (1969-1972).

Desde 1968 reside en Nueva York donde ha desempeñado diferentes cargos, como presidente ejecutivo del Sistema de Sanidad y Hospitales Públicos de la ciudad o máximo responsable de los servicios municipales de salud mental, alcoholismo y drogas, entre otros.

En España, este psiquiatra asesora y apoya a instituciones preocupadas por temas sociales y de salud pública. En 2010 el Gobierno español le concedió la Medalla de la Orden de las Artes y las Letras de España y en 2013 la Universidad Ramón Llull le otorgó el título de Doctor Honoris Causa. Es autor de numerosos artículos de opinión y de varios libros, entre los que destacan ‘La ciudad y sus desafíos’, ‘La pareja rota’ y ‘Las semillas de la violencia’

Optimismo y salud

por Luis Rojas Marcos

Trabajando durante medio siglo en el mundo de la Medicina y la psiquiatría aprendí muy pronto que el optimismo o la tendencia a enfocar la vida a través de una lente que acentúa los aspectos favorables es un excelente protector de nuestra salud en el más amplio sentido de la palabra. Me refiero a la definición de la Organización Mundial de la Salud: “Salud no solo la ausencia de enfermedades, sino el estado de bienestar físico, mental y social que constituye la base de nuestra felicidad”.

Estoy convencido de que la tendencia a pensar en positivo está programada en nuestro equipaje genético y forma parte de nuestro instinto de conservación. Desde el amanecer de la humanidad los seres humanos hemos ejercido el optimismo, lo que se refleja en la ilusión del emparejamiento, la adaptación a los cambios, y el constante progreso de la humanidad y búsqueda del bien común.

Las religiones son un buen ejemplo del optimismo humano; nos permiten neutralizar la indefensión que sentimos ante las calamidades, y canalizar la esperanza. Y es que la fe en una fuerza superior estimula la resignación ante el sufrimiento y el sueño con otra vida mejor.

Aunque la perspectiva optimista es normal y abunda mucho más de lo que nos imaginamos o nos cuentan los críticos sociales, llama la atención la influencia de la cultura sobre su valoración. Por ejemplo, en España el optimismo tiene mala prensa, lo mantenemos en secreto y preferimos optar por la queja, pese a que la gran mayoría de los españoles son optimistas.

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EFE/Eliot J. Schechter

Pienso que el disimulo del pensamiento positivo obedece a que durante siglos los pensadores más influyentes han equiparado el optimismo con la ingenuidad o incluso con la ignorancia. Por el contrario, los estadounidenses presumen de ser optimistas. Piensan que con optimismo se puede vencer cualquier desdicha, y que las personas optimistas tienen más éxito en este mundo e incluso más probabilidades de ir al cielo en el otro.

Está demostrado que el pensamiento positivo es perfectamente compatible con la sensatez, no implica irreflexión ni un falso sentido de invulnerabilidad. Sabemos que antes de tomar decisiones importantes, los optimistas sopesan tanto las ventajas como los inconvenientes, mientras que los pesimistas enfocan únicamente los inconvenientes. Esta forma de pensar ayuda a luchar sin desmoralizarnos para superar los infortunios.

Las personas optimistas localizan el centro de control dentro de ellas mismas, consideran que ocupan “el asiento del conductor” y superan mejor los desafíos que aquellas pesimistas que piensan que el control de su vida está en manos del destino o de la suerte o recurren al “que sea lo que Dios quiera”. Confieso que siempre que viajo en avión prefiero un piloto optimista.

La mejor forma de medir el optimismo es examinarlo en el contexto del pasado, el presente y el futuro. Las personas optimistas guardan y evocan preferentemente los buenos recuerdos, lo que las predispone a confiar en el presente y a enfrentarse a los retos futuros. Además, distanciarnos de un ayer penoso nos ayuda a perdonar los agravios, hacer las paces y “pasar página”.

En el contexto del presente, el optimismo se refleja en nuestro estilo de explicar los sucesos que vivimos. Todos los seres humanos tenemos la necesidad de explicar las cosas que nos pasan. Cuanto más optimista es la persona más tiende a catalogar las calamidades y fracasos como transitorios, no se sobrecargan de culpa y consideran que les sirven de aprendizaje.

En cuanto al futuro, el indicador más importante del optimismo es la esperanza, “el pan de la vida”. Esperar que lo que deseamos va a ocurrir nutre nuestra ilusión y confianza, y es la energía que nos impulsa a superar adversidades. En el fondo, las personas optimistas presagian que alcanzarán lo que desean y perseveran con entusiasmo. Esta actitud les da ventaja en el campo de la salud, del amor, del trabajo y del juego, lo que a su vez les confirma el valor de su perspectiva optimista.

Sin duda, entender el optimismo y practicarlo es con seguridad una inversión rentable. Pocas tareas son tan importantes como aquellas que protegen nuestra salud y facilitan nuestra felicidad.

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